Escucho en tv a Sofía Castañón, portavoz adjunta de Podemos en el Congreso. Sostiene que «Es imposible disociar la huida de tener una Jefatura del Estado que no ha elegido la ciudadanía y que depende de la descendencia de determinado linaje. En el siglo XXI no se comprende que estemos aceptando este tipo de Jefatura del Estado». La necesidad de reescribir la historia que exhibe nuestra izquierda reaccionaria resultaría patética de no ser letal. Acosado por la melancolía busco en Google para cerciorarme de que, caramba, no todo fue un sueño. Encuentro un cartel de 1978. Reza «Sí a la Constitución, a la democracia avanzada, a la reconciliación. Partido Comunista de España». Lo acabo de colgar en redes sociales, justo antes de sentarme con este artículo. Copio/pego lo que he tecleando porque no sé expresar mejor mi abatimiento: «Otros tiempos, otra izquierda. Mejor dicho, una izquierda. Con todos los peros que ustedes quieran, que fueron muchos. Pero una izquierda ilustrada. Progresista. Que apostó todo a la Constitución y, desde 1956, a la reconciliación y la superación del guerracivilismo. Y no la chatarra irracionalista que hoy sufrimos, abonada a la psicomagia, cheerleader de los nacionalistas, deudora del pensamiento magufo y enemiga de la igualdad, la libertad y la justicia».
Como tiene dicho el profesor Félix Ovejero, que por cierto acaba de publicar un libro esencial (Sobrevivir al naufragio: el sentido de la política), cuando el pueblo español votó la Constitución votó el paquete completo. No votamos sí pero no, no pero sí. Votamos todo. Entre otros partidos pidió la abstención el PNV. En contra de la Constitución estaban ERC, Euskadiko Ezkerra, Herri Batasuna, Falange Española de las JONS, Fuerza Nueva, Alianza Foral Navarra, la Unión Carlista y, oh, el Partido Comunista de España (marxista-leninista), arquitecto decisivo del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), organización terrorista donde militó el padre de Pablo Iglesias… según reconoció Pablo Iglesias con ocasión de la muerte de Santiago Carrillo: «Créanme si les digo que siendo hijo de un militante del FRAP y habiendo militado donde milité, tiene su mérito admirar a Carrillo» (El último secretario general, Pablo Iglesias, Diario Público, 18/09/2012). Por supuesto que Iglesias, fiel al irredento mesianismo que lo distingue, eternamente embebido de fantasías utopistas y tendencias pseudo religiosas, considera que Carrillo era un «comunista de derechas». De ahí que entienda como inevitable, dadas las circunstancias históricas del momento, el apoyo del PCE a la Constitución del 78, y como evidente que el cambio de paradigma económico y social permitiría afrontar hoy la clase de experimentos con nitroglicerina que siempre anhelaron los hijos de «padres fraperos» (Pablo Iglesias, cuenta personal de Twitter, 02/08/2013). El pueblo español votó una Constitución que incluía la monarquía y el Estado de las autonomías. Si abrimos el melón, lo abrimos completo. Piensen que sin el rey constitucional quedamos al albur de las intentonas golpistas, tristemente reiteradas en nuestra historia reciente (1936, 1981, 2017). Recuerden la modélica lealtad constitucional del monarca y añadan a la ecuación que algunas de las democracias más avanzadas del mundo, verbigracia España, son monarquías constitucionales. El núcleo del asunto no es la dicotomía monarquía Vs. república. No hablamos de monarquías altomedievales sino de regímenes parlamentarios donde el monarca ejerce un papel puramente simbólico. La clave, aquí, pasa por elegir entre la democracia liberal, acechada por todos los cocodrilos, o un nuevo paradigma político de corte iliberal y situado entre el decisionismo y la furibunda retórica agonística que sustituye a los ciudadanos por el pueblo y a los representantes políticos por carismáticos aprendices de autócrata.
Que los enemigos del Rey no aspiran a potenciar la democracia lo demuestra el que exigen referéndum sobre la monarquía mientras rechazan escrutar los privilegios de unos ciudadanos sobre otros y/o examinar dádivas medievales como los fueros. Aspiran a que abandonemos el modelo de Reino Unido o Dinamarca al tiempo que refuerzan el etiquetaje cultural y étnico que nos iguala con la mejor tradición xenófoba del Misisipi de finales del XIX y principios/mediados del siglo XX. Presumen de progresistas, pero son hostiles al progreso y enemigos de la libertad, la igualdad y la justicia. Combatirlos es la primera obligación de los demócratas.

Julio Valdeón

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