Parece mentira que nuestros cazadores de fascistas, todo el día con el machete al cinto, no hayan reparado en las bellas similitudes entre el gobierno de Donald Trump y el de Pedro Sánchez. Ambos ejecutivos son especialistas en hacer del medio no ya el mensaje sino el único argumento de la obra. Repasen el quehacer gubernamental de la Casa Blanca desde 2016. Por cada cien medidas anunciadas sólo encontrarán una y media que haya salido airosa. El resto cae sepultada por la reacción de una sociedad civil y una judicatura poco dispuestas a dejarse avasallar y, con frecuencia, muerta y bien muerta de ridículo antes de nacer a causa de su naturaleza puramente imaginaria, ficcional, poética. Igual, o sea, que viene sucediendo con el llamado gobierno bonito. Especialista en proclamar, en las soflamas, en los papeles, en las sopas de letras de unos mayordomos y chambelanes en prensa, proyectos enemistados con el código civil, la ley de la gravedad y el minímo común denominador de un alfabetizado medio. Sumen a la ensalada la relación digamos que poco ortodoxa, oblicua, torcida, de Trump y Sánchez con la verdad. Al primero los medios le imputan miles y miles de mentiras verificables. No hablo ahora de las hipérboles, las frases jadeantes, las imágenes por los pelos o las imprecaciones, sino de de trolas químicamente puras. Sería interesante, enriquecedor, nutricio, pasarle un cepillo similar a la parla/caspa del señor Sánchez. Ya que al líder supremo no podemos preguntarle en directo que tal si al menos cuestionamos sus embustes en diferido. Existe otro elemento, junto a la cháchara y las mentiras, que puede resumirse en la dupla iliberalismo/gula absolutista. Lo primero va de serie en cuanto alguien ficha como segundo a un demagogo, populista, como Pablo Iglesias, capataz de una tropa de cuentacuentos obsesionados con dinamitar un Estado que no puede sobrevivir bajo el imperio centrífugo de la idolotaría cantonalista, capitán de unos teóricos posmo y consagrados a destruir el prestigio de unas instituciones tachadas de trampas al servicio de la casta y etc. En cuanto al delirio autocrático apenas hemos necesitado un par de días para celebrar el penoso nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General y las exóticas opiniones del vicepresidente respecto al papel de jueces y fiscales. En nombre del ibuprofeno, el paracetamol y el ácido acetilsalicílico los togados deben celebrar que entre los ciudadanos que respetan la ley y los criminales operen señores como Iglesias. Atentos a politizar la judicatura. Felices de desjudicializar la fiscalización del posible delito. Luego que si no somos Trump y que si usted a mí no me llama Orbán.

Julio Valdeón

© Julio Valdeón Blanco / Diseñado en WordPress por Verónica Puertollano (2012)