Otra matanza en EEUU. 17 estudiantes fritos mientras tecleo. Desventrados en el piso. Achicharrados con jarabe de plomo y la sesera abierta. Como antes en Las Vegas, 58 muertos, 851 heridos. Como en Sandy Hook, 20 niños de entre 6 y 7 años asesinados a tiros. Otra vez el bolo ensalivado. La matraca deglutida. La pútrida tragedia regurgitada. La maldita singularidad americana. Que permite preguntarse sin vahídos si no mejoraremos cuando incluso los niños de teta porten un fusil M16. Especulaciones a partir de los cuales invocamos el espectro maduro y podre de la Segunda Enmienda. Momia legal, con gorro de castor y canana en bandolera, que con engolada voz de Jeremiah Johnson reza que «Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, el derecho de la gente a poseer y portar armas no será infringido». Ah, la tradición inglesa. Su lógica desconfianza en el ejército profesional. Pero claro, un recelo y un texto adornados de telarañas, circa 1789. En 230 años algo habrá cambiado el país. De la indómita frontera quedan las ediciones especiales de las películas de John Ford. Y sostener que una milicia amateur podría enfrentar con garantías al ejército es de una candidez que roza el cinismo, de una estupidez tan demediada que hay que quererla. Por mucho que practiquen el tiro al plato los ardorosos soldaditos de las milicias paramilitares se enfrentarían con el equivalente atómico de las legiones de Julio César. No hay cazador de patos en ropa de camuflaje y gayumbos verdeoliva que pueda chulear al Pentágono. Con lo que la acumulación de pistolas en manos de los ciudadanos, cientos de millones de pistolas y etc., no se justifica por la muy noble defensa de la república. Tiene mala réplica, en cambio, la tasa de muertos por arma de fuego en uno de los países más ricos del mundo. 3,85 por cada 100.000 habitantes en 2016. Para hacerse una idea: 2.36 en la República Centroafricana; 1,37 en Siri Lanka; 0,88 en la India; 0,80 en Irán; 0,12 en Alemania y 0,07 en el Reino Unido. Algo tendrán que ver en el caso de EEUU las 88 armas por cada 100 habitantes, un arsenal de 300 millones. En 2016 hubo en Venezuela 34,77 asesinatos con arma de fuego por cada 100.000 habitantes. Pero el país del MIT y Princeton, y de la NASA, el de los 371 premios Nobel, no debería de solazarse en la distancia que lo separa de catástrofes como la arcadia bolivariana o El Salvador de las maras. O sí. Quién sabe. A lo mejor no tengo en cuenta la brecha racial, la supuesta desatención de los enfermos mentales o la incapacidad de los estados del sur y el oeste para aceptar que el monopolio de la violencia no le corresponde ya a los ciudadanos. A lo mejor soy yo el fanático por mear y no echar gota ante el intrascendente detalle de que el 4,4% de la población mundial, es decir, EEUU, acumule el 42% de las armas que hay en el mundo.