Durante el verano atómico, al norte del paralelo 38, la Dama de Rosa anuncia el apocalipsis. Se llama Ri Chun-hee. Tiene 74 años. Fue locutora de guardia con Kim Il-sung, que la educó con el mimo que el sátrapa siempre dedica a su lorito dilecto. A su mascota parlante. Al entrañable peluche que canta y cuenta las gestas del héroe. Consagrada luego bajo el mando de Kim Jong-il, padre del actual tirano e hijo del Kim original que peleó contra los japoneses y enloqueció a soviéticos y chinos, la venerable Ri sale de su retiro cada vez que toca celebrar la enésima prueba nuclear del régimen de Pyongyang. Tras el pepinazo de hace unos días, celebrado por los sismógrafos de todo el mundo, la locutora de la KCTV, la única cadena de televisión del país, anunció que «la prueba de una bomba de hidrógeno diseñada para ser montada en nuestro misil balístico intercontinental ha sido un éxito rotundo. Un paso muy significativo para completar el programa nacional de armas nucleares». Más allá del texto lo que enloquece es el empaque sentimental de la doña. Su locución emocionada. Las lágrimas a punto de nieve de quien ejerce de folclórica norcoreana. Ilusión y moño de un gulag sin faralaes pero bien pertrechado de queridísimos verdugos. Igual que hubo una dama de rojo a la que Stevie Wonder tarareaba amor eterno, hay una viejecita adorable, capullito encarnado en primavera, que entona el glorioso abecé de la bomba del pueblo y para el pueblo. Ladies and gentlemen, saluden a la mamba rosa.