Hacemos cosas terribles a diario, pero la historia todavía es partera de milagros. Vean el picadillo rojo fuego de la sonda Cassini, que descubrió los océanos de las lunas de Saturno y en cuya deflagración solo faltaron los sones de Groenlandia. Agua bajo la superficie y metano líquido, sólido y gaseoso. Eso encontraron Cassini y su nave hermana, Huygens, en Titán y Encélado. Los griegos creían que los titanes precedieron a Zeus y que el Etna respiraba lava por el gigante hijo de Urano. Pero la Agencia Espacial Europea y la NASA propusieron algo más psicotrópico: algunos de los satélites del planeta anillado escupen agua en géiseres y albergan mares aliñados con carbono. O sea, que son susceptibles de albergar y/o generar vida. Asomados a ellos nos acercamos a la infancia de la Tierra. Quién sabe si a la posibilidad de confirmar que no estamos solos. En el largo periplo a la cocina de las estrellas nos acompañan H.G. Wells, Arthur C. Clark, Isaac Asimov y Ray Bradbury, y también Hiparco y Copérnico, Galileo y Newton, Einstein y Carl Sagan. De los astrónomos de Babilonia y Yucatán a los herederos de Kepler y Hubble, el mono erguido contempla flipado el cielo nocturno y se pregunta por su lugar en el vasto engranaje del espacio/tiempo. Alucina pensar que mientras saltamos con destino desconocido algunos todavía reivindiquen las particularidades locales de una esquina cualquiera en un planeta de tercera perdido en un chaflán de la Vía Láctea. El futuro es Cassini y el pasado un vasto cementerio chauvinista y folclórico.

Julio Valdeón

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