Pablo Casado entró ayer en la Carrera de los Jerónimos como el yerno educado pero soso y sale consagrado como Pablo el Grande. Cuajó una faena plena de inventiva, seguridad y (buenas) razones. Ante la mirada ojiplática de un Santiago Abascal que no sabía si reír o llorar, mamá pupa. Como sucedió durante el juicio a los responsables del 1-O, los ángeles voxistas demuestran una peligrosa querencia por las tablas del ridículo en cuanto se les concede el beneficio del foco. Abascal sigue verde que te quiero verde. Todavía no sabemos si por la inexperiencia o por el mareo de meterse semejante planchazo. Casado, el hombre al que ellos acusaban de derechita cobarde, acababa de macharcarlos. Con un enjambre de datos aseados e implacables. Con unos argumentos que dejaron una tarea ingente para los servicios de limpieza, encargados de recoger los sanguinolentos jirones de una alternativa que demostró tener las patitas chuecas y el armazón feble, mucha boca y muy poquita chicha. Casado exhibió las dotes de gran orador que muchos le conceden y las aplicó a defender el sistema. Y a razonar la incompatibilidad de su partido con astracanadas como las del voxismo. Con un discurso brillante, milagroso para lo que solemos recibir, y sustentado, oh, en unos valores indeclinables. Valores, o sea, principios de los que importan. De esos que sirven para orientarse en las tinieblas sin recurrir al tacticismo. De los que permiten iluminar la impostura de Sánchez por pactar con los nacionalistas, populistas y demás porque previamente tú has hecho los deberes y denuncias a los nacionalistas, populistas y etc. El día anterior hablamos de la funesta elección que tenía ante sí el líder del PP. Susto o muerte. O con los zumbados que denuncian la invasión de los ladrones de cuerpos o con quienes facturan coartadas para disfrute de los partidarios del golpe de Estado en 2017. Casado habló y casi podías escuchar el ruido de platos estrellados o vajilla contra el suelo que hacía al quebrarse el muñeco de la ultraderecha, el de la derecha extrema y el resto de ferralla ideológica y fast food publicitaria cocinado en Moncloa. Cada una de las frases del líder del PP daba para montar un clinic sobre qué significa la política liberal y cómo ejercerla mientras trepan los monstruos. Algunos ejemplos. Vox es el seguro de vida para que Sanchez siga en Moncloa, dijo. Lo que queda retratado hoy aquí es la destrucción que produce la política de división de Vox, jaleada por la política de enfrentamiento de Sánchez y patrocinada por sus respectivas terminales propagandísticas, añadió. El fuego amigo era ya una tormenta del desierto. El Congreso olía igual que las inmediaciones del río donde practicaba el surf el coronel William «Bill» Kilgore, del Noveno de Caballería. El desempeño fue doblemente meritorio porque no sólo desactiva a Vox, que por cierto lo tiene crudo si apuesta por torpedear los gobiernos en Andalucía o Madrid, sino que también destroza el discurso extremista de las pedrettes. El empeño por confinar en el lazareto todo el voto del centro y la derecha. Una vez demolido Vox a Casado le resta la tarea de cortejar no a los populistas convencidos pero sí a sus muchos de sus votantes desilusionados. Acabaron junto a Abascal y cía. porque se sienten traicionados. Olvidados por unos dirigentes que durante años hicieron manitas con las oligarquías nacionalistas. Como me dice mi amigo Adolfo Belmonte de Rueda, «lo de vox es chufla pero lo que dicen lo piensa mucha gente, y creo que el oficialismo pensante lo subestima». Ese y no otro es el reto de un Casado que ayer estuvo grandioso.

Julio Valdeón

© Julio Valdeón Blanco / Diseñado en WordPress por Verónica Puertollano (2012)