Los escrachadores, escrachados. Lo que ayer no más era jarabe democrático trocó en intolerable barbarie fascista. Para que todo cambiara fue necesario que quienes exportaron el odio a la política española reciban de su propia medicina. Y no nos confundamos. Reunirse delante del domicilio privado de un político resulta obsceno y hay que condenarlo. Siempre. Sean quienes sean los reunidos. Dan igual sus motivos. Sea quien sea el acosado. Pero Podemos y sus gurús, nuevos y viejos, y Pedro Sánchez, que trata de absorberlos, que aprende de ellos, no razonan según los puntos cardinales del juego democrático. Podemos va y viene, nace y crece, gracias a las fuertes inversiones en odio de sus teóricos y la épica fascistoide de sus cuadros dirigentes. Podemos, que ya es poco más que la versión a nivel nacional, corregida y aumentada, de Bildu y ERC, queda resumido y cifrado en un tuit que firma uno que estuvo en el núcleo irradiador, irradiando fascismo, y ahora va por libre frente a la ventanilla del PSOE. Un tuit inolvidable, por miserable, por canalla, por impresentable, de un sujeto tan poco moderado como Iñigo Errejón. Errejón sólo puede pasar por moderado por sus gafitas de estudiante. El bueno de Iñigo y sus tres comidas al día de los suertudos venezolanos sólo logra comparecer como templado ante quienes catalogan al político por gestos epidérmicos y a partir de rasgos atuendearios. Necesitamos tenerlos cuadrados para escribir, como el padre del peronismo a la española, que «Un escrache es una forma de protesta puntual que visibiliza una problemática social y da voz a quien no la tiene. El acoso a Pablo Iglesias e Irene Montero es persecución ideológica intolerable. Difícil no pensar las consecuencias que tendría si fuesen otros». Y requiere ser un artista en el complicado arte de enmierdar cuanto tocas para lograr, como la propia Montero, que cualquier muestra de solidaridad, sea de que quien sea, venga de quien venga, troque en combustible fósil para seguir alimentando las sinergias iliberales de las que vive esta gente: «Gracias a todas las personas que nos arropáis con #MiCasaEsLaTuya. La extrema derecha y sus medios saben que solo con miedo y odio pueden frenar el avance de la democracia y los derechos sociales. Su agresividad es su debilidad». Lo que quiere decir Iñigo es que hay escraches, buenos, reservados a gentuza subhumana, y luego hay protestas, malas, contra los míos. Lo que no dice porque no puede ni sabe es que no hay acoso defendible ni turba decente. En cuanto a Montero lo que trata de explicar es que del escrache uno aprovecha hasta los andares. El escrache que yo te hago me beneficia políticamente y el escrache que tu me haces también. Con lo que la propia política avanza ya sin problemas por la senda del ataque personal y no queda ya lejos de la pura agresión. Como en el caso de Podemos no hay distancia ni vergüenza entre el brazo político y el mediático, como lo mismo sostiene, como Monedero y los nazis, que la libertad de prensa es un bien que el pueblo otorga y el pueblo quita, no cuesta encontrar a escribas sentados que todo lo justifican. Un tal Antonio Maestre escribió el 15 de julio de 2012: «El buenismo me asquea. Cifuentes sólo recibió lo que se merece. Crítica e insultos. No la tocaron un pelo». Ahora, versión 2020: «Si son capaces de acosar y boicotear las vacaciones de un vicepresidente sólo por su ideología imaginan lo que harían contigo. Te sientas concernido o no». Con estos mimbres, que hace no tanto servían para confeccionar el cesto de la violencia política en el País Vasco, nos va saliendo un país niquelado. Nadie puede negarle a Podemos, en cualquier caso, su compromiso con la bellaquería. No hay contradicción entre su apuesta por los escraches al rival y lo que decía Pablo Iglesias hace años, en un debate donde un Federico Jiménez Losantos absolutamente clarividente, que desnudó su profunda intolerancia y su extravagante concepción de la ley y la justicia. Lo sorprendente no es que un tipo como Iglesias defienda la persecución política. Tampoco que sus fieles quieran invitarnos a una ronda de estricnina en un embudo. Lo que a que a mí me fascina es que la democracia, la vieja y vapuleada democracia, todavía resista el contacto de unos profesionales del aborrecimiento. La nueva política acabó por derivar en la política de los años treinta y el canto del loco al pistolerismo. Iglesias confesaba su emoción ante los manifestantes que agredían a un policía. Tanto tiempo después los cafres del otro lado importan sus prácticas y calcan sus métodos. Menos mal que estamos en 2020.

Julio Valdeón

© Julio Valdeón Blanco / Diseñado en WordPress por Verónica Puertollano (2012)