Los ropones investigan a Podemos por presunta administración desleal y malversación de fondos públicos. Antes de eso otro juez ya había enfilado al líder máximo por el cachondeo con la tarjeta del móvil. En el caso del dinero todo desemboca en el juzgado 42 de Madrid, después de que la Guardia Civil haya investigado las denuncias del abogado que asesoraba jurídicamente al partido, José Manuel Calvente, al tiempo que colean las sospechas por posibles «irregularidades financieras» y teórica «financiación ilegal». Pero nada de esto merece considerarse, pues responde a la clásica conspiración «judeomasónica». Cocinada entre los hombres de negro y los verdugos de la casta. Los jueces son rescoldos radiactivos del pacto del 78. Hay que cambiar de jueces. O aplicarles un cursillo de justicia paritaria. O concienciada. O nueva. Novísima. Sin estrenar. O casi. Lo vimos cuando en Navarra a un togado le dió por opinar en contra de las disposiciones evangélicas inscritas en las tablas sagradas del basureo posmo. Lo comprobamos cuando una magistrada tuvo la ocurrencia de indagar en las teóricas responsabilidades gubernamentales a cuenta del 8-M. Ya saben, de cuando el feminismo era «cosa nostra», bonita. De cuando el machismo mataba más, pero muchísimo más, que la gripe esa. Tampoco son nuevas sus pretensiones. Basta con peinar hemerotecas para comprobar que en 2016 pretendían que el Fiscal General del Estado, los jueces del Constitucional y los vocales del Consejo General del Poder Judicial fueran elegidos según criterios como el mérito y, oh, ah, uh, la buena disposición hacia las intenciones del nuevo gobierno. O sea, en atención a las genuflexiones, cabriolas y monerías que estuvieran dispuestos a ejercitar frente los nuevos señoritos del cortijo. «Estas personas deberán ser nombradas atendiendo a criterios de mérito, capacidad y compromiso con el proyecto de cambio que deberán liderar» y «la elección deberá producirse por consenso bajo la lógica de que los equipos de gobierno estarán necesariamente compuestos por personas capaces, con diferentes sensibilidades políticas, pero comprometidas con el programa del Gobierno del Cambio». Lo estupefaciente es que, con independencia de sus planes para liquidar la independencia judicial, los estrategas morados puedan ser siquiera sospechosos de poner el cazo o sobrecoger fondos. Ellos, que eran inmunes. Ellos, nacidos bajo la lluvia de las perseidas populistas, negativos ultra de la política convencional, liberal, que venían a frotar el estropajo antiséptico, cerrar las puertas giratorias y bloquear con cordeles eléctricos la entrada a los reservados. Un estribillo recurrente de la nueva política consistía en proponer a sus augustas personitas no ya como vacuna sino, sobre todo, antes que nada, como imparable antítesis de la corrupción. Chaleco antibalas frente a la podredumbre. Kriptonita homologada ante las tentaciones cleptómanas de los de siempre. En su alegre búsqueda de comodines lo suficientemente vagos como para no decir nada y lo necesariamente llamativos como insinuar cualquier cosa los hacedores de conjuros hablaban de la corrupción como de un rasgo de carácter que distinguía a sus rivales de la cuna a la tumba. Los de la casta, los «pollavieja», los antiguos y maleantes atraían la corrupción como las flores más vistosas a los hambrientos insectos polinizadores. Entonces llegaron ellos, discípulos de Silvio Berlusconi, para limpiarlo todo y redimir la fiesta. Ahora que la nueva política agoniza en un charco de paniaguados vendidos al nacionalismo sólo resta aplaudir al Padre Padrone, de vuelta de Bruselas, y acelerar en el circo de tres pistas de las guerras culturales. Al grito de todo el mundo al suelo toca agitar los espectros de una judicatura al servicio de Primo de Rivera padre, Maura, Isabel II, Fernando el Católico o Recesvinto. Una judicatura que no existe sino en las malas novelas conspirativas y en los páramos cerebrales de Youtube mientras los últimos mayordomos cubren con serrín los tibios rastros de bosta.

Julio Valdeón

© Julio Valdeón Blanco / Diseñado en WordPress por Verónica Puertollano (2012)