A Cristina Morales le han dado el Nacional de Narrativa. Parece que estaba en Cuba y al preguntarle por los disturbios de los últimos días en Cataluña ha comentado que «Es una alegría ver el centro de Barcelona, las vías comerciales tomadas por la explotación turística y capitalista, de las que estamos desposeídos quienes vivimos ahí. Es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas». Imposible no recordar a Fernando Savater, cuando advertía bienhumorado sobre la provocación gratuita para zanjar luego que la mayoría de los malditos que había conocido en su vida eran unos malditos imbéciles. Pero Milena Busquets ha celebrado su victoria como una patada al cementerio literario: «¡Por fin una bocanada de aire fresco! Alguien que dice lo que piensa a pesar de ser contrario a todo y a todos». Comparto el aburrimiento de Busquets con la mayoría de los jóvenes escritores españoles, tan preocupados por no meterse en líos que parecen salidos de un casting de aspirantes a una secretaría de Estado. Aunque las declaraciones de Morales no son el machetazo incorrecto que algunos aplauden sino, más bien, un catálogo de lugares comunes y sumisión bajuna al mainstream y al qué dirán los señoritos. Lejos de decir o pensar «cosas contrarias a todo y todos» Morales, que vive en Barcelona, demuestra un fino instinto para contentar a los dueños del circo. Si hubiera declarado, un suponer, que la policía dispone del monopolio de la violencia y que sus acciones son legítimas mientras sean proporcionales y ajustadas a Derecho, o si denunciase el zarpazo brutal contra la democracia que constituye el núcleo del programa nacionalista, o si alzara la voz contra los cínicos cálculos, o el radical anfalfabetismo, de una izquierda cautiva de quienes buscan romper la unidad de redistribución y justicia… Si dijera algo así, o dado que andaba por Cuba si hubiera condenado la dictadura y reivindicado a Reinaldo Arenas, o a Zenaida Manfugás, que murió olvidada en Elizabeth, Nueva Jersey, yo sería el primero en aullar entusiasmado por la irrupción de una escritora a contrapelo, comprometida con la igualdad, valiente sin coartadas y enemistada con los verdugos. De momento, y con independencia de la calidad de su novela, que pienso leer, sólo detecto ventajismo. La clásica insumisión maqueada para montárselo fetén en un ecosistema controlado a pachas por la carlistada nacionalista y los apóstoles del gañido posmo.

Julio Valdeón

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