Resulta habitual disparar contra Greta. Sus enemigos denuncian lobbies energéticos, jugosos intereses editoriales y oscuros réditos políticos. La parla de la niña que vino del norte surgió como un huracán clorofila y los excesos de sus seguidores recuerdan los aspavientos de los inevitables anticapis. Pero como explica Jeff McMahon en Forbes, Thunberg estuvo sembrada el otro día. «No importa cuán político pueda ser el trasfondo de esta crisis», dijo, «no podemos permitir que siga siendo una cuestión política partidista. La crisis climática y ecológica está más allá de la política de partidos. Y nuestro principal enemigo en este momento no son nuestros oponentes políticos. Nuestro principal enemigo ahora es la física. Y no podemos hacer «tratos» con la física». Acierta el columnista cuando destaca que «el talón de Aquiles del New Deal verde es que presenta la crisis climática como una causa liberal [traduzco: progre], lo que garantiza la oposición conservadora». Así será, abunda, hasta que la humanidad no tope con una crisis tan evidente, arrolladora y violenta como la que propició el New Deal original. De momento las Gretas del mundo, adosadas a una mochila de buenas intenciones, propician el entusiasmo de muchos… y la animadversión de otros. Por más que el calentamiento global sea incontestable y muy probable la responsabilidad del hombre. La evidencia empírica resulta abrumadora respecto a la disrupción de los sistemas climáticos y lo bastante fuerte en cuanto a la primogenitura de nuestras acciones. Asunto distinto es que cuesta predecir su evolución y no estamos cableados para otear problemas a largo plazo y/o globales. Y a ver cómo hacemos para compaginar el recibo del coche eléctrico y el destino del planeta. Y entiendo que irriten los predicadores infantiles, los enemigos del comercio, los místicos jipiados y los ecofascistas. Algunos de los pensadores más lúcidos, como Thomas L. Friedman o Manuel Arias Maldonado, advierten contra las aspiraciones utopistas. Más que la imposible revolución reclaman una mirada realista al monstruoso rompecabezas. Cada vez que Pedro Sánchez larga sobre un gobierno ecologista apetece comprarse una Harley del tamaño de un portaaviones. Pero nuestros descendientes no tienen la culpa ni de sus jaimitadas ni de los rebuznos trumpianos. Mientras encomendamos el presente a la reforestación y el futuro a la fusión nuclear no está de más recordar la enormidad del envite e ignorar las sandeces de apocalípticos y, uh, “descreídos”.
Pd.: escribí esta columna poco antes del show de Greta en Naciones Unidas. Penoso.