Tuve la suerte de cenar en Madrid con gente buena y sabia. Uno de los comensales, admirable por tantos motivos, comentó con cariño su grata sorpresa ante el hecho de que alguien de Valladolid, censado en Brooklyn, tenga tan presente la calamidad de los no nacionalistas en Cataluña, País Vasco y etc. El apartheid en el que pululan los adversarios de las patrias culturales, deyecciones decimonónicas en el siglo XXI. La situación de esos judíos que nacieron y viven en Praga y escriben en alemán para que las palabras no sean vuestras ni mías. Respondí cualquier cosa. Ruborizado. Consciente de que mis artículos son eco de las ideas que él y otros bravos enarbolan contra las acometidas de los carcas a izquierda y derecha, antagonistas del 78. Bebí otra copa -mejor beber que balbucear simplezas- y medité sobre lo mucho que los españoles que todavía creen en la igualdad, we few, we happy few, debemos a estos valientes. Sobre la obscenidad de unas mayorías que aspiran a “vivir tranquilas”. Traduzco: con la conciencia bañada en cloroformo. Desentendidas de los maestros expedientados por explicar a sus alumnos la médula racista del catalanismo, de los Mossos chantajeados por tratar de cumplir y hacer cumplir la ley, de los estudiantes acojonados en unos campus vendidos al matonismo secesionista por unos rectores impresentables. Recuerden que en Cataluña el 55% de la población tiene el castellano como lengua materna, frente al 33% el catalán. El castellano es el idioma materno de las clases trabajadoras. Al mismo tiempo, en el parlamento autonómico de Cataluña, el castellano es la lengua materna del 7% de los diputados y el catalán del 93%. Cómo no denunciar la ignominia de blanquear un proceso revolucionario promovido por las oligarquías económicas y políticas locales contra los derechos de todos y especialmente de los más frágiles. Cómo no vomitar ante la indiferencia de unos españolitos a los que les importa una higa el destino de sus compatriotas. En Cataluña dimitió el Estado y son diarias las agresiones a los derechos civiles. Rodeado de colaboracionistas por acción u omisión tocaba alistarse como grumete y a hombros de gigantes en la pelea por las libertades. ¿Que por qué me importa? Porque algo hay que hacer mientras los mandarines de la xenofobia levantan sus fortalezas, porque no puedes permanecer callado en los días del cólera, en el invierno de las listas negras, mientras los réprobos son señalados, calumniados y perseguidos, porque debes ponerte del lado de la democracia si todavía conoces la vergüenza y reconoces el fascismo y a sus herederos cuando lo tienes delante, y también porque es la noche y el cielo cabe en dos limbos terrestres y hay ruido en el sonido de las puertas y todavía me asustan los lápices sin punta. Por eso me importa.

Julio Valdeón

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