El Círculo de Economía anunció de nuevo su plan para Cataluña. Un truño que sigue al pie de la letra el lema de ganar para la causa al chantajista mediante masajes. Si el matón se comporta como tal la forma de reconducirlo consiste en matarlo a besos. En su informe culpa al Tribunal Constitucional de abrir la espita golpista y proclama que el problema es… político. Porque frente a la insistencia por el respeto a la legalidad vigente siempre cabe la posibilidad de que el pueblo, sanguíneo como es, bruto pero noble, agarre y se eche al monte. Para evitarlo, y prevenir que los representantes del Estado en la autonomía alienten la insurrección, proclama un principio democrático que obligaría «a los poderes políticos a encontrar las vías legales adecuadas para encauzar las legítimas aspiraciones y preferencias de la población». O sea, considera que existe democracia más allá del perímetro que marca la propia democracia y que las preferencias de la población que en Cataluña se declara nacionalista ocupan un lugar prioritario respecto de las del resto de españoles. Meros comparsas en una maniobra diseñada para esquilmar sus derechos sin preguntar qué opinan. Por lo demás lo tiene dicho Ada Colau, que juró desobedecer como alcaldesa las leyes que considerase «injustas». Para entender la infamia: no Martin King contra el gobernador de Alabama sino el gobernador de Alabama en rebeldía frente a la Constitución y el Tribunal Supremo. El proyecto tercerista, antología del sofismo, insiste en reformar el modelo autonómico y blindar las competencias catalanas. No sea que a los jueces se les ocurra cuestionar la constitucionalidad de ciertas cosas o a los ciudadanos votar por un proyecto jacobino; tan legítimo como el de los partidarios de la centrifugación, pero que el Círculo aspira a excomulgar. Ya de la redistribución interterritorial de la riqueza y del «a cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades» pues hablamos otro día. Un manual del que tira el gobierno de Sánchez. Desde los presupuestos de 2019 a la afrenta contra la Abogacía del Estado, obligada a cambiar “rebelión” por “sedición” y a borrar de su escrito de acusación las menciones, y ejemplos, de violencia durante el proceso. Sin olvidar la soledad de Llarena, las humillaciones a los funcionarios de la Alta Inspección del Estado, las negociaciones en el trullo con los cabecillas del golpe, etc. El nudo de la obra lo tenemos muy visto. Apuntalar al inquilino en Moncloa a cambio de entregar las llaves de la masía. Los políticos nacionalistas seguirán igual mientras no sé cortocircuite el incentivo perverso, los empresarios del Círculo regresarán a sus negocios y los intelectuales a sus divinas cuitas. Estos últimos sin más sobresalto que el ocasional pinchazo en la conciencia cuando alguien denuncie las aduanas lingüisticas o el adoctrinamiento en las aulas de los pobres y/o sea multado por no rotular en la lengua materna de las 200 familias para las que escriben con la docilidad de un paje bien entrenado.