Un hombre, un actor, alzó su voz ayer en defensa de Woody Allen. Fue Jude Law. Todavía espera que Amazon saque del limbo A day in New York. La película que rodó el pasado otoño a las órdenes del neoyorquino. Recuerden. Aquel director fumigado por una denuncia de hace 25 años. Interpuesta por su entonces mujer, Mia Farrow, en pleno proceso de separación. Desestimada por el juez y previamente deshuesada y rechazada por los detectives del caso y los expertos en delitos sexuales. Pero Natalie Portman, Reese Witherspoon y Kathleen Kennedy y otros finos paladines en la defensa de los humillados, los débiles y los ofendidos decretaron hace unos meses que sus intuiciones, su olfato de Robin Hood, su acerada vista de halcones peregrinos contra la injusticia, vale una y mil veces más que las aburridísimas pruebas periciales y los sesudos informes forenses del Child Sexual Abuse Clinic del Hospital de Yale/New Haven, uno de los dos o tres centros punteros de EEUU en la investigación y tratamiento de abusos a menores. La sacrosanta palabra de las estrellas de Hollywood, imbuida de una maleza ideológica disfrazada de afán justiciero, también ha decretado periclitadas las conclusiones de los servicios sociales del Estado de Nueva York, cuyos profesionales habían trabajado en el particular durante 14 meses: «No se han encontrado pruebas creíbles de que el niño mencionado en este informe haya sido abusado o maltratado. Por lo tanto, su denuncia se considera infundada». Por cierto. Portman y cía, decretaron la muerte civil de Woody, carne de matadero, durante una entrevista conmovedora. Abundante en sonrisas, almíbar, impostura y veneno. Regada por el elixir del yo sí te creo. De presentadora, tachán, Oprah Winfrey. Sí, sí, la misma que durante años promocionó en su programa de televisión a toda clase de curanderos, astrólogos, homeópatas, santeros, matasanos y, por abreviar, sinvergüenzas. Esa que en los años ochenta dio alas a la siniestra cacería desatada por el fantasma de los recuerdos reprimidos y los terrores suprimidos. Una peripecia que acabó con decenas de inocentes encarcelados. Oprah, oh, que tuvo el cuajo de tontear con la posibilidad de ser candidata, imagino que espoleada por tener a un igual en la Casa Blanca. Igual de demagogo. Igual de desaprensivo, endiosado y jeta. Entre sus múltiples logros destaca el de haber regalado voz y focos a la impresentable Jenny McCarthy. Santa patrona de la cruzada contra las vacunas. Convencida de que como contrapartida a la inmunización del sarampión o la polio llegó el autismo. Al linchamiento de un inocente, y al grito del #MeToo, había acudido parte del reparto de A day in New York. Rebecca Hall y Timothée Chalamet juraron donar sus salarios a la caridad. Sólo Law, y antes Javier Bardem, Alec Baldwin, Diane Keaton y Miley Cyrus, benditos sean, tuvieron el coraje de defender a un hombre masacrado por los infames.