Enternecedor. El ministro Josep Borrell, el mismo que diserta sobre el tuétano de las naciones ante las cámaras de la BBC, escandalizado por las declaraciones del uruguayo Luis Almagro, secretario general de la OEA y ex ministro de Asuntos Exteriores de José Mújica. Almagro había llamado «imbécil» a José Luis Rodríguez Zapatero. «Vamos a presentar una protesta por vía diplomática con un comunicado del ministerio», anunció Borrell, luego de insinuar que el ex presidente ejerce de blanqueador oficial de Nicolás Maduro por su cuenta y, ups, por culpa de su buena voluntad. España, en fin, no puede aceptar «que se le llame el sumun de la imbecilidad». Coincido con el ministro catalanista. Qué feo que el señor Almagro vaya por los micrófonos armado de un discurso propio de redes sociales. Allí donde el anonimato y la falta de escrúpulos animan a los contertulios a despotricar cual pavos reales en una ciénaga. Aparte, los improperios anulan el recto sentido de su discurso: quiero decir que un imbécil no sabe lo que hace, y Zapatero tiene clarísimo a qué dedica sus días. A tocar dulces arias a mayor gloria del chavismo y contrachaparlo de agónicas excusas. Mientras 2 millones de venezolanos huyen despavoridos. Con la economía arrasada, la delincuencia en niveles de bancarrota estatal y el narcotráfico agusanando las estructuras nacionales. Con la inflación desbocada, una carestía atroz de bienes de primera necesidad, unos medios de comunicación amordazados y la ciudadanía pasando hambre, Zapatero no tiene otra cosa que hacer que vestir con opulentos terciopelos y finas lagrimas (“socialdemócratas”: ©Santiago González) un régimen putrefacto. A mí me da bastante repelús que alguien defina en esos términos a un expresidente de España. Pero conozco gente con opinión directa del marasmo venelozano, leo lo que allí sucede, la situación de los exiliados, la represión contra los opositores, y me provoca más, muchísimo más bochorno contemplar las siniestras maniobras zapateriles. Aparte, ¿acaso no dijo Carmen Calvo que «Con una frase inaceptable no se ataca al Estado»? Ya respecto a la demolición de la euroorden por parte de los jueces belgas y alemanes y los comentarios nauseabundos que soportamos respecto a nuestra calidad democrática, pues oye, como que tal. Ni el filisbuterismo de quienes comparan el asalto a la democracia con la ocupación de un aeropuerto. Ni la consolidación de bolsas de impunidad en un Estado gamberro. Ni siquiera el ataque contra nuestra soberanía judicial mediante una sucia demanda contra el juez Llarena. Nada de eso merece la indignación de un gobierno cuyo enojo luce picos inversamente proporcionales al tamaño de sus hipotecas parlamentarias.