Ruby Rose, actriz de 29 años, ganó en buena lid el papel de Batwoman. Ya saben, el personaje ese del cómic. Nada esencial para el curso de la cultura contemporánea ni objeto de futuros y sesudos papers científicos. Al menos hasta que las redes sociales, manantial de rebuznos, y sus claros poetas, reyes de la obviedad y la gramática tan retorcida como sus liadísimas cabecitas, decidieron que no daba la talla. ¿Y por qué, oh censores del buen gusto, oh brillantes cancerberos de la desinfección, oh incorruptibles gendarmes de las esencias actorales, oh mentecatos al servicio de todas las causas puritanas, resulta que la buena de Rose no puede enfundarse el mono de goma negra y hacer el indio, o el vaquero, y ponerse a dar saltos por la pantalla? Pues porque dicen que en los tebeos la señorita murciélago es judía, y Rose no; y homosexual, y Rose sí; pero, ay, no lo suficiente. Que es gay pero fluida, o sea, que le hace a todo, pelo y pluma, y hoy por hoy no puedes, no vale, no puntúa dedicarte a los placeres de la carne y probar los venenos del amor sin antes exigir tu carnet y tu número de socio, o socia, en el club de las indentidades bien cercadas y los perímetros primorosamente dispuestos para que el lobby de turno pueda pasearte bajo palio y, de paso, recibir unas perras en subvenciones y unas cuantas invitaciones a algunos de esos congresos y esos consejos a los que tanto les gusta acudir en calidad de cuota, o sea, de mierdas sin otro talento que el de ser mujer, u hombre, o china, o inuit, o gitano, o qué sé yo. Normal que inmediatamente tronase una lluvia de tuis a fin de que una dama realmente judía y lesbiana, judía y lesbiana con denominación de origen, sustituya a la réproba Rose. Disparados automáticamente en cuanto los imbéciles de guardia, siempre atentos al trabajo de abochornar a sus progenitores, familiares y amigos, supieron de las febles credenciales de la señorita. Ni qué decir tiene que toda esta gente nunca entenderá en qué consiste eso de ponerse delante de una cámara o de una platea y, más que recitar, colonizar un texto y habitar un personaje. No, queridos, los padres de John Wayne no habían nacido en Innisfree, Harpo no era mudo y el bigote de Groucho estaba pintado, Paul Newman no era el mejor billarista del mundo, tampoco devoró 50 huevos duros, y López Vázquez, guau, no murió en una cabina. ¿Asombroso, verdad?