Murió el patriarca, Joe Jackson, a los 89 años, víctima de un cáncer de páncreas. Dirigió las carreras de sus hijos. Pasará a la historia del pop surfeando una agria cresta de acusaciones de malos tratos. Nadie discute que su determinación y su buena cabeza para los negocios, su don de gentes y sus dotes de mando, su abrasador carisma y sus conocimientos musicales fueron cruciales para el nacimiento de la saga familiar y la posterior eclosión de Michael. Tampoco que internalizó sus atropellos como episodios inevitables si aspiraba a rescatar a la parentela de la miseria. Intratable y violento, su historia es la del padre insaciable que sometió a sus hijos a una disciplina salvaje con la esperanza del triunfo. Nacido en Arkansas, en 1928, Joe eligió la música como autopista al estrellato. Hoy habría optado por la raqueta o el drive. De lo que resulta injusto pero inevitable colegir la evidente decadencia cultural del país que dio al mundo el blues, el jazz, el rhythm and blues, el country y el rock and roll. Puestos a explotar infantes y ordeñar a las futuras promesas hoy prefieren encaminarlos hacia los inanes, pero lucrativos, páramos del fútbol americano, el tenis, la NBA y etc. Guitarrista aceptable, Joe trató en vano de labrarse un camino en el naciente circuito del rock y el doo-wop,. Una vez establecido con su familia en Gary, Indiana, cerca de Chicago, patria de altos hornos, optaría por triunfar de forma vicaria. A través de unos hijos que ya despuntaban. Con los tres primeros, Jackie, Tito y Jermaine, montó un grupo. Cuando añadió en calidad de meritorios a los más pequeños, Marlon y Michael, nacieron los Jackson 5. Hubo que esperar a 1969, cuando fichan por Motown, para disfrutar de su primer single de éxito, I want you back. Las siguientes canciones, incluida la seminal I´ll be there, consolidan la adoración general. Para entonces funcionaban como un motor fueraborda. Impecables en el empaste de las voces, los arreglos y producciones y las vistosas coreografías. Su arma secreta, el lustro habitual de los trabajos en la hiperprofesional Motown, auténtica factoría de música delineada al milímetro y, claro, un Michael que sin apenas levantar un metro del suelo anticpiaba al monstruo por venir y exhibía cualidades supremas. Su padre, en fin, cuidó como nadie de la carrera familiar y los conflictos no trascendieron hasta finales de los setenta y principios de los ochenta. Más o menos cuando Michael decide abandonar al empresa. Vueltan entonces las acusaciones de atropellos. Las historias siniestras de crueldades a unos críos a los que cambiaron la infancia por un viaje supersónico a los casinos del show business. Incorregible, orgulloso de sus logros y poco proclive a aceptar lecciones, Jackson padre fardaba de sus modales de sargento de hierro. Como recuerda Steve Knopper en Rolling Stone, corrigió delante de las cámaras unas declaraciones previas de su hijo: preguntado si eran ciertas las acusaciones de malos tratos, matizó que había azotado a Michael con «un cable y un cinturón. Pero nunca lo pegué. Le pegas a alguien con un palo». Nadie le discutía, recuerda el periodista, que mantuvo a los críos lejos de la violencia callejera y las drogas, pero a cambio impuso sus ademanes cesaristas y un régimen de violencia doméstica. Suficiente para inhabilitarlo como padre y como mánager si todavía importa la Declaración de los Derechos del Niño.

Julio Valdeón

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