La administración Trump ha superado todas sus marcas de impudicia. La separación de más de 2.200 niños de sus padres en la frontera, muchos de ellos reenviados a miles de kilómetros, tiene que ver con los cambios provocados por la orden del fiscal general, Jeff Sessions, de tratar a los inmigrantes indocumentados como presuntos criminales, ignorando el derecho a tramitar la petición de asilo y hasta las políticas de la Casa Blanca durante sus primeros 15 meses, cuando fueron apresados y puestos en libertad no menos de 100.000 indocumentados. Mienten quienes sostienen que la administración Obama hizo lo mismo. Su gestión de la crisis migratoria en 2014 fue justamente discutida y discutible. Pero no separó de forma sistemática a los niños de sus padres. Como explicó en su día Idoya Noain en una estremecedora serie de reportajes para El Periódico, solo en el valle del río Grande «la agencia de Aduanas y Patrulla de Fronteras aprehendió entre el 1 de octubre y el 15 de junio de 2014 a 38.000 menores no mexicanos que viajaban en solitario». Cuando les hablen de amor y de ilusiones y les digan que Obama también encerró a los críos háganse un favor y lean. Laura Bush ha comparado la maniobra con el internamiento en campos de concentración de los ciudadanos estadounidenses de origen japonés durante la II Guerra Mundial. La Asociación Nacional de Psiquiatría, la mayor del mundo, 37.000 afiliados, avisa de las duras secuelas psíquicas y físicas a largo plazo. En palabras del cardenal Daniel DiNardo, «Separar a los bebés de sus madres no es la respuesta y es inmoral». Incomprensible el guateque de quienes defienden la medida y, ay, moquean ante las críticas: la falta de coraje, la cobardía, los pucheros que emanan del panal nacionalista. Está feo llevarse a niños con la excusa de que vas a bañarles, meterlos en un avión y entregárselos a unos cuidadores que tienen prohibido abrazarles. Pero asombra la incoherencia de quienes, dopados de la ponzoña xenófoba aplicada a las políticas de inmigración, hablan de pragmatismo, de seguridad, de hacer lo correcto manque duela y blablabá, y al primer revés, a la primera grabación de un bebé desconsolado, corretean bajo las faldas del y tú más y Obama ni te cuento. Populistas, muy bien, ¿pero también pitiminís? O de cuando la inhumanidad se alía con la gula de Likes del Facebook y la necesidad de mimos inherente al posmoderneo. Lo menos que les pido a mis nacionalistas es que ladren con orgullo y les brillen las botas como a Quim los hurras por el capità collons o Núria de Gispert los tuits.

Julio Valdeón

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