Murió Chiquito de la Calzada. El pecadorrrr de la pradera. El fistro duodenal. Eldel moonwalk desencadenado. ¿Te das cueeen? Fue el penúltimo genio del humor en España. Con la irreverencia del talento natural, con la genialidad del que pone patas arriba su oficio, dinamitó la idea del chiste en televisión. Lo arrojó al terreno de la greguería sulfúrica. Al comentario impar sobre la vida. Tuvo algo marxiano. Lucía en el humor un remate Magritte. Una locura entre París con aguaceros y el café de Chinitas. Había acompañado a las bailaoras legendarias que viajaban hasta Japón. A Mariquilla. A Merche Esmeralda. Bordaba los cantes menores. Fue compadre de José Mercé. Cantó y tocó para unos guiris incapaces de distinguir una sillón orejero de un fandango. Lo hizo con la seca dignidad del profesional. Luego Tomás Summers lo descubrió. Lo llevó a la tele. España amaneció hablando en sonámbulo. Mientras la clase política está de elecciones desaparece un hombre que fue patrimonio nacional. Dinamo viva del lenguaje. Metralleta de acuñar neologismos. También en Cataluña, donde incluso los que se creen daneses, o belgas, o suizos, reían con los desopilantes chistes de Chiquito. O, al menos, con las parodias/spin offs de Florentino Fernández en la forma de Lucas Grijánder y Krispín Klánder. Se fue Chiquito. Había que escribirle esta elegía. No vale perder a un talento monumental y que el artículo discurra localista y triste. Chiquito, como la liga de fútbol o el Corte Inglés, aunque con menos millones, aunque con más ingenio, vertebró una España que ya entonces estaba de loquero. A partir de sus gestas descubrimos el placer del chiste infinito. Que incorpora el cascabel de la risa. Que no requiere de remates pirotécnicos. Pertenecía a otro tiempo. Quién sabe si a otro país. Supo cristalizar el estraperlo en chirigota. Viajó a su aire. Sin tomarse en serio ni lucir de estrella. Pertenecía a la bendita estirpe de Tip y Gila, y a la de Juan El Camas. Adios a uno de los grandes.