Somos bichos curiosos. Flipados de la adrenalina. Suicidas vocacionales cuando el joven Werther o el atardecer empujan. Y lo más pasmoso, esto: la segunda titulación más solicitada por los estudiantes en Valladolid 2012 fue periodismo. Como no tengo motivos para creer que Pucela cobija mayor número de idealistas -fanáticos cuyo norte apunta al imposible bricolaje de la realidad para vestir delirios- imagino que la proporción será similar en el resto de España. ¿Dije delirio? Sí: según la RAE, «confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia». Porque sólo desde un irracional análisis del mundo, la carne y el INEM puede uno arrastrar su panza por las aulas para obtener un título equivalente al peso argentino adornado con Eva Evita Perón. El periodismo, en España y Amsterdam y Filadelfia, sufre y cruje. Peor aquí. A la ruina digital añadan nuestra querencia al pillaje en todo su fondo de armario. Ni dios borracho paga por un licor que encuentrará gratis por el alcantarillado 2.0. El resultado ofrece un 90% de paro entre periodistas y mil y unn becarios que emulan a Espartaco a partir del minuto final de la película. O sea. Crucificados y sin siquiera el consuelo de que Jean Simmons/Varinia les muestre el hermoso bebé concebido durante los días de fiera libertad. ¿Y bien? ¿Seguimos rectos y en quinta hacia la destrucción? Aunque sólo sea porque los chavales buscan enrolarse en el noble barco de papel, creo que león respira. Ni pierdo la esperanza ni renuncio a mi oficio.