Frente a lo que sospecha irónico Arcadi Espada pienso que acertaba Kapucinski al sostener que los cínicos no sirven para este oficio. Descontados los discípulos de Sócrates, la RAE define cinismo como «Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables». Resulta obvio que Arcadi y su rayo láser en defensa de la verdad contra los posmobobos es lo contrario a un cínico. Tampoco Kapuscinski mentía. El polaco errante supo que el gran terremoto del siglo XX fue la caída de los imperios coloniales. Dedicó sus días a escribir por territorios desheredados de los dioses. Anunciaba que el nacionalismo, el fanatismo religioso y el racismo serían las tres grandes plagas del XXI. Dejó un puñado de libros suculentos, donde el periodismo y la historia, peatones y emperadores, monstruos, víctimas y verdugos, pasean con una naturalidad que te deja descoyuntado en el sofá, incapaz de asimilar tanta fuerza. Frente a los cuadernos de viajes al uso, manuales turísticos con estampas tornasoladas y reflexiones copypaste, abrió en canal el mundo. Si algo merece ovaciones, descontadas las virtudes citadas, lo explicó Arcadi al recordarnos que Kapucinski salía en sus libros en primera persona: por un prurito de sensibilidad y educación contradecía a los creyentes en la inmaculada objetividad del narrador neutro.

Todo esto lo digo por varias razones. En Valladolid anuncian una exposición con fotografías tomadas por el mismo Kapu, así como un par de mesas redondas dedicadas a su figura: nunca harta hablar de los mejores. Además he releído por centésima vez Imperio y sigo sin boquiabierto por la dignidad de su escritura. Merece la pena recordar al autor de Ébano ahora que nuestra profesión boquea. Ni crisis o lamentos en sus páginas. Sólo olores, pistolas y piedras, caminos, gaviotas, excrementos y océanos: periodismo. Y cuando las plañideras lloren ¡Nuestro oficio ha muerto! regreso a La guerra del fútbol.

Julio Valdeón

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