El mantra consistía en asegurar que la subida impositiva multiplicaría la recaudación. Montoro, con ese rictus más cerca de unos Serrano patrios que del imperial Soprano, Tony, prometía panes y peces. Pasado un año resulta que no hubo milagro y sí confirmación de un guantazo. ¿Qué fue de la prometida abundancia, ahora que cae la recaudación del IVA -sólo en Valladolid, un 20,8%- mientras el IRPF pasa de 600 a 536,6 millones de euros? Un chollo, y un hacha nuestro ministro. El mismo que desde hace meses camina sonámbulo hacia una piscina sin agua. Nunca termina de caer porque el presidente, gallego profesional, prefiere la inercia del chiste, ya saben, ni subo ni bajo la escalera, a la vulgar ejemplaridad de enmendar decisiones o cambiar nombres.
Catastrófica ha sido la subida del IVA aplicada al sector cultural. Toda una vida de predicar como Simón el Estilita que los discos no merecían ese impuesto del 21%, que éramos el único país europeo que todavía los consideraba productos de lujo, y ahora, lejos de bajarlo, se lo subimos a libros, conciertos, cine, etc. Los resultados dejan por la geografía patria un rastro de salas vacías y plateas como camposantos. Las librerías compiten por ver quien cierra antes. Al teatro sólo acuden los hombres de negro, con la cinta métrica de constructor de ataúdes sobre los hombros, dispuestos a tomar las medidas del negocio en plan cómic de Morris y Goscinny, remedo del legendario Lucky Luck que tampoco fumará su alegre picadura porque acaban de subirle el IVA otro 10%. Puestos a palmar, sospecho que prefiere ser liquidado por los Dalton. Así las cosas, equiparada María Callas con el botellón de gintonic, excepto si pides tu cubata en el Congreso, o sea, con la cultura como lujo imposible, no sorprende que la recaudación se desintegre a la espera de los míticos brotes verdes, definitivamente situados en el imaginario patrio junto a la pertinaz sequía y el pantagruélico chocolate del loro.