Según Jesús Posadas, que habló ayer en Ávila, la desconfianza de los ciudadanos hacia los políticos «no está justificada». Casado con una De la Mata y Pobles, familia que controla la venta de una asombrosa cantidad de marcas de bebidas alcohólicas en España, nuestro afable presidente del Congreso, tercera magistratura del Estado, se hace el longuis. Ni aclaró las sombras arrojadas por eldiario.es respecto a un hipotético flujo de dinero negro que su familia política habría supuestamente ocultado hace veinte años ni entiende el hartazgo. Estos políticos nuestros, con sus dietas, sus chóferes, sus conexiones bien lubricadas, sus jubilaciones en los consejos de empresas energéticas o, qué tiempos aquellos, cajas de ahorros, no toleran el runrún de la calle, la pelotera de una ciudadanía que no estalla, incluso hoy, bajo el volcán, porque todavía tiene que perder. Si no mordemos hígados acháquenlo a que tras los fantasmas del paro y la ruina no ha llegado, absolutista, su majestad el hambre. Pero tranquilos, todo a su tiempo. Los comedores sociales de muchas ciudades españolas mantienen a padres de familia, parados de larga duración, trabajadores estupefactos que remueven basuras para apaciguar la gusa. Eso sí, hasta hace un par se semanas los combinados del Congreso de los Diputados estaban subvencionados, «tasados», y la concesión pertenecía al inefable Arturo Fernández, vicepresidente de la CEOE. Qué cosas, cada vez que sus señorías sorbían un gintonic a la sombra de los leones es muy probable que parte del dinero fuera a parar a la familia política de Posadas. Nuestro hombre, ingeniero, ex-ministro e hijo de Jesús Posada Cacho, que fuera alcalde de Soria (1943-1946) y gobernador civil de Soria, Burgos y Valencia en los cuarenta/cincuenta, él mismo gobernador civil de Huelva entre 1979 y 1981, lamenta el descrédito de su casta. Nazis, si es que somos unos nazis, o en su defecto demagogos y maleducados por afear la mamandurria. We the populacho, claro.