Admito que el Pisuerga pasa por Valladolid como animal de compañía, pero lo del gentío saltando desde el Poniente abruma. Usted, yo, cualquiera, abre el periódico digital desde Utrera o Fargo, descubre que llenamos los cielos de peatones volanderos, y bueno, cómo decirlo, efectivamente, concluye que lo nuestro no tiene remedio. El patriotismo del botellón resulta más llamativo cuando lo inmortalizan las cámaras del teléfono. Supongo que una cosa es verlo en directo, y otra contemplarlo en casa, a las ocho y media de la mañana, mientras la galleta del desayuno se te atraganta. Entonces el héroe del río, nada que ver con Buster Keaton, reconocerá que su interpretación estuvo más cerca de Chita que de Steve McQueen. Es lo que tiene el cine, incluso el amateur: no hay dios que aguante con un guión descerebrado, una misión imbécil y una realización técnica a la altura del cutrerío.
Entiendo que Blake recomendara el exceso como autopista sin peajes, rumbo al palacio de la sabiduría. O que Baudelaire recomendará ponerse ciego de absenta. Incluso imagino medio enternecido a Lord Byron, ensopado de alcoholes y transformando la batalla de Grecia en un homenaje funeral a sí mismo. Asunto distinto es que en el tránsito entre la poesía y la prosa más que a Rimbaud, que tampoco es cuestión de ponerse estupendos, emulemos a los catetos patentados por Gila, señores en pie de guerra con la modernidad que encontraban de mucha guasa sumergir al forastero en el pilón o apedrear gatos. La constante española, aparte matarse, en tiempos de paz quiero decir, consiste en demostrar que en cuanto a brutalidades somos reyes entre los pitecántropos. Uno mismo, en mis peores horas, acunado de copas, ha cometido actos que aunque inocentes bien pueden calificarse de idiotas. Preocupa más, en lo del puente, la inconsciencia de quienes jalean a los saltadores. No se trata de estética, pantalones bajados o canciones de Pajares & Esteso, sino de animar a tus semejantes para que en plan Millán Astray griten muera la inteligencia, viva la muerte, y tatúen con masa encefálica los maderos del río. Qué risa, jo jo, qué valientes, mira como sonríen mientras el forense les abre la caja torácica para determinar si palmaron con los pulmones encharcados o por traumatismo craneoencefálico. Para troncharse, ¿no?