Pocas salidas encontrarás en Castilla y León excepto el autobús al Foro o la sopa de la abuela. A diferencia de las cigüeñas, que no escapan por el calentón climático, los jóvenes eligen entre la desesperación y el ala delta, hay quien habla hacia dentro mientras se encoge y quien apuesta por ser otro español del éxodo. Nada sorprendente. Incluso durante los años del milagro, cuando proyectaban pistas de esquí en la meseta, los licenciados en humanidades sabían que el futuro consistía en recitar a Shakespeare en una cantina, mientras servía cortados. La novedad es que hoy los ingenieros, médicos, arquitectos e informáticos también engrosan el batallón del hambre. Si alguien los contrata de mileuristas ya pueden ir de rodillas a la iglesia más próxima, dando grititos y loas cual Fátima Báñez.
A todo esto la Junta convoca plazas de maestros, 176 para 10.976 candidatos. Que la profesión es de las menos valoradas lo demuestra el que durante años aquellos que ejercían en la pública cobraban más que los de la privada: lo nunca visto. Tienen en contra la fama de vagos alentada por ciertos ultras, buitres de café que azuzan a la masa con el bolero de que los profesores trabajan mal y poco, ocultando las incontables horas de preparar clases o el desdén con el que los contemplan los padres. A favor suyo, saber que educarán a los niños mejor formados de nuestra historia, digan lo que digan tantos viejos agriados, incapaces de aceptar la cercanía de su muerte y enemistados con un mundo que no comprenden; por eso, claro, odian a los jóvenes, porque frente a la insurgencia de lo nuevo sólo les resta hacer mutis o masticar tierra. Si a la falta de plazas añadimos los agüjeros del sistema escolar, los despidos camuflados, el ratio de alumnos por aula, el tiro al blanco contra la educación universal y gratuita y las purgas recetadas por nuestros vecinos luteranos acertarán si tienen miedo.

Julio Valdeón

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