Mucho se hablado estos días de la muerte de Luis Canabal, fallecido tras nueve meses de espera a que le operasen una dilatación de la aorta. Entró en lista el 10 de mayo de 2012. El 21 de febrero de 2013 acudió al médico de cabecera, que le diagnosticó una indigestión. Ocho horas más tarde fue a Urgencias, en El Bierzo. Tras aguardar otras cuatro, llamaron a una UVI móvil. Murió poco más tarde. Su hermana, Laura, dice en El País que su hermano «podía haberse salvado, pero no le dieron la oportunidad». La Consejería de Sanidad replica mala suerte, las listas de espera hierven en todas partes y, vaya, iban a operarle en enero pero surgieron pacientes más graves. Todo pausible. E inquietante, con los gobiernos locales del PP jugando a la ruleta rusa de la privatización, disculpen, externalización, ensayada con impecable fracaso en Valencia y desmelenada en ese laboratorio del post-tacherismo madrileño, allí donde cifran el futuro al casino de Mr. Marshall y el magnetismo intelectual de una alcaldesa chusquera. Leyendo sobre la noticia descubres que el Ministerio de Sanidad maneja los datos del tiempo de espera en cada Comunidad, pero no los publica para que al ciudadano no compare. Mira que si descubre que el aneurisma y derivadas cotizan distinto en Soria, Sant Boi de Llobregat o Majadahonda. Obvio, porque parte de nuestros terrores se relaciona con las felices transferencias, donde lo que ganamos en sabor local lo perdimos en equidad. Nueve meses en capilla, rezando para que te operen, leyendo sobre consejeros que primero externalizan y luego ocupan plaza en las empresas adjudicatarias. Nueve meses de contemplar como ahogan tu pensión, desbaratan colegios y extienden indemnizaciones en diferido. Años de soportar la indigencia mental del zapaterismo y otro con un Rajoy virtual y una Cospedal que es una cachonda, la tía, con un PSOE catatónico y un PP sonado, y todavía fliparán si mañana alguien, un resentido, un antisistema, ¡un nazi!, o sea, un parado, un deshauciado, un jubilado, cambia las tiendas de campaña en Sol por una «guillotina eléctrica» (Valle).

Julio Valdeón

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