Abusamos del término visionario. Aplicado con extrema prodigalidad, amenaza ruina. Sin embargo, con cuantas precauciones quieran, no es descabellado otorgárselo a Sylvia Robinson, sedosa vocalista de r&b, compositora de éxitos propios y ajenos, productora, empresaria y, cómo no, catalizadora de la explosión del rap, cuando en 1979 salvó su discográfica, All Platinum, que languidecía por culpa de las deudas, lanzando el que posiblemente sea el primer éxito en la historia del género, Rapper´s delight. Sucedió que uno de los hijos de Robinson le sugirió escuchar los sincopados ritmos que bullían en Harlem y el Bronx. Robinson oteó un filón en la canción de Master Gee, Wonder Mike y Big Bank Hank, conocidos como Sugarhill Gang. La canción fue un pelotazo. Le sucedió The message, de Grandmaster Flash & The Furious Five. El resto es historia.
Nacida en 1936, Robinson alcanzó el estrellato en 1956 merced a Love is strange, que presentaba un sinuoso, adictivo riff de guitarra,. Cantada junto a Mickey Baker no fue el único éxito del dúo, como testifican gemas del calibre de Baby you´re so fine, pero en 1962 Baker se instaló en Europa y Silvia comenzaba de nuevo: sin apuros. Aplicada alumna de los mejores instrumentistas y productores, avezada negociante, abrió diversos clubs y, muy pronto, su propio estudio de grabación, Soul Sound, una respuesta humilde pero digna a los templos del southern soul que proliferaban en Muscle Shoals, Florence y Memphis. Desde allí, secundada por una banda a sueldo, al estilo de las que respaldaban a las feroces bestias apadrinadas por Jim Stewart o Jerry Wexler, se disponían a conquistar el mundo. En 1971 Robinson escribió Pillow talk, un tema caliente, orgiástico, sudoroso, que ofreció al príncipe del soul más elegante y sexual, Al Green. Asustado ante la evidencia de que el disco contenía un voltaje erótico excesivo, Green se arrugó y dejó en manos de Robinson la tarea de grabarlo. Con enorme éxito. Pillow talk alcanzó pronto el número tres de las listas, catapultando a su inquieta autora a la primacía de un género, la disco music, que entregaba sus primeros balbuceos. Si Donna Summer llegó dos años más tarde para reclamar el cetro, nadie debiera de olvidar que fue Robinson quien colocó en el radar sonoro aquella calentorra mezcla de húmedos acordes, arreglos de terciopelo y jadeantes voces. Los setenta encontraron a la dama ocupada con la salvación de All Platinum y los primeros ochenta fueron años felices, con su nueva creación, Sugar Hill Records, agitando la efervescente bandera del hip-hop. Conocida como La abuela del rap, apadrinó a los jóvenes cachorros neoyorquinos y abrió las compuertas del mercado a los nuevos sonidos del gueto. Aunque pronto llegaron leones más fieros, cronistas del arrabal que por comparación lograban que el contenido político de The messenger sonara naif, conservó el bien ganado estatus de mujer adelantada a todo y todos, con la daga de la mejor música bien anclada en su cabeza. No conoció el prejuicio ni saludó las novedades con el rictus homologado por quienes consideran lo nuevo viejo, dinosaurios que escuchan displicentes las pianolas del futuro y en cuya cofradía jamás militó la gran Sylvia Robinson.