Cuando el río suena agua lleva. Tecleo semejante cutrez para ponerme a tono con las insensateces vistas/oídas a raíz del Pisuerga y afines. Diría cascada incluso, por dar a la columna aire pluvial, pamela acuífera, lujo submarino. Normal que luego haya pendejos entregados al negacionismo. Si una borrasca equivale a un nuevo calendario kukulcan el gentío acabará por carcajearse. Mal asunto: la lluvia, incluso la troppo forte, no puede considerarse aislada, en base al marzo de hará tres años. Tampoco los huracanes neoyorquinos o los tifones monzónicos. El estudio del clima requiere complejos modelos estadísticos; sus intrincadas pautas sólo lucen mediante tablas comparativas de largo aliento. No acudiendo al almanaque. Menos incluso armados de sabiduría popular, semejante oxímoron. Que el cambio climático vino para brearnos y será ángel de muerte, o que la cuarta gran extinción de animales y plantas avanza alegre, que cenamos chirimiri ácido y bebemos plomo, o que la vegetación coloniza parte del Ártico y del oso polar quedaran los anuncios memos de cocacola y un documental de la BBC en rebajas, resulta obvio. No para mí, peatón acéfalo, sino para la comunidad científica. De ahí a jalear bobadas de un cambio climático que necesitamos palpar para creernos media la general necedad humana. Sólo tomamos en serio lo anunciado para pasado a mediodía. Funcionamos con alergia al medio y largo plazo, abonados a la dolce far niente de que otros vendrán y nos harán mejores. O se irán al carajo, plas, cuando el río, el mar, los rayos uva, fresa o cereza, el riau-riau de combustibles fósiles y un cubalibre radioactivo, tan mono en el hojal, despachen sin pausa ni urgencia a nuestros descendientes.