León de la Riva afea a los actores españoles por apoyar causas propalestinas y dar a luz en hospitales judíos. Si Penélope Cruz fuera coherente, qué quieren, tendría que parir en Cisjordania o, dado el documental de Bardem sobre los saharauis, en una jaima en las afueras de El Aaiún. Magnífico razonamiento. Casi tanto como la carta en la que unos intelectuales solicitaban a Antonio Muñoz Molina que rechazara el Premio Jerusalén. Galardón, fíjense, aceptado en su día por Ian McEwan, Lobo Antunes, Susan Sontang, Arthur Miller, Don DeLillo, Semprúm, Sábato, Coetzee, Kundera, Naipaul, Octavio Paz o Bertrand Russell. Todos ellos, claro, fanatizados sionistas. Las declaraciones del alcalde de Valladolid entroncan con la tácita justificación de que la mitad del censo electoral español rechace nuestro cine porque le molestan las declaraciones de algunos cómicos. Como si usted o yo arrojásemos al contenedor Centauros del desierto por la postura de John Wayne respecto a Vietnam. Como si nos negásemos a leer Muerte a crédito o los Cantos, de Celine y Pound, dado que sus autores eran antisemitas. ¿Se imagina abjurar de los cuentos de Borges, las películas de Elia Kazan, los poemas de Neruda, por culpa de la ideología de sus autores? ¿ALberti comunista? Al carajo con Sobre los ángeles. ¿Garci cercano a Esperanza Aguirre? Queme ahora mismo El abuelo. ¿Berlanga anarquista? etc. Así hasta el absurdo grouchiano, que consistía en alcanzar las más altas cotas de la miseria partiendo de la nada, felices de encontrarnos siempre en territorios afines, tan abrigados por conocidos. Hace mal de la Riva en imitar al «wikileaks» Montoro (Arcadi Espada dixit), un cadáver que camina, patoso y chulo, para recibir los ganchos dirigidos a Rajoy y, ya puestos, proporcionar gags a los columnistas.

Julio Valdeón

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