Menudo disgusto nos ha dado Ryanair. Tantos años pagando a los irlandeses para sostener la metaficción de un aeropuerto y ahora cancelan los vuelos. Con la debacle de Villanubla los cuatro aeropuertos de la región quedan confinados a unos cuantos vuelos regionales. Bueno, qué quieren, lo asombroso era acumular subvenciones para una compañía extranjera mientras las nuestras desaparecen o son reconvertidas al low-cost. Ok. Profesamos en el liberalismo hasta que la falta de clientes demuestra lo contrario y obliga a inyectar dinero público. Mientras duró fuimos felices como niños en Reyes. Creíamos que todo ciudadano tiene derecho a un aeropuerto, una universidad y un museo de arte contemporáneo a la puerta de casa. Podía haber sido peor. Digamos Castellón, su aeródromo fantasma como si fuera un espejismo made in Calatrava. Inaugurado incluso antes de que aterrizaran los aviones por un señor al que cada navidad le tocaba el Gordo. O Ciudad Real, dotada con otro JFK que llenaron de halcones peregrinos a falta de Boeings. Tanto Caño Cañaveral suelto tiene estas cosas. Se confunden los pelotazos pero nunca, jamás, el fin, que pasaba por alquitranar pistas de aterrizaje para que duermieran las grullas en viaje hacia el norte. Los castellano y leoneses, menos fantasmas, pasamos de construir bustos gigantes y ni siquiera alegramos con fuegos artificiales a los viajeros. Creímos, acaso con excesivo optimismo, que brasileños y canadienses estaban locos por comer lechazo y merendar botillo, que si viajaban a Venecia y no a Tordesillas era porque la travesía del Atlántico a remo resulta impracticable, y ya antes de la crisis descubrimos que aquí sólo llegaban Erasmus. Si quieren consolarse, bueno, sepan que de mantener el vuelo a Barcelona nuestros aeropuertos serán de nuevo internacionales.