En Castilla y León, según la EPA, hemos coronado el 20,76% de paro. Un Annapurna menor comparado con los ochomiles de Andalucía o Canarias. Habrá quien se consuele sabiendo que nuestro Andrea Doria es broma comparado con sus Titanics y quien lea que la subida del desempleo en 2012 ha sido del 19,4%, seis puntos por encima de la media nacional. Ambos lectores, el optimista zumbado y el pesimista, mordisquean por distintas esquinas el mismo filete seco, nervudo, que empieza por hacerse bola en la boca y termina con el comensal morado y el camarero arrojando lejos la bandeja con los carajillos para hacerle la maniobra de Heimlich.
Uno, devoto de las ciencias por mi incapacidad para conjugarlas, admira mucho a quienes dominan las matemáticas. Los números cantan ópera y quien entre a pie entre las cifras del desempleo creerá que está cruzando la Guayana francesa con un mondadientes en vez de un machete. Los números del paro, colocados en fila, abruman, pero carecen de filo. Sería perentorio darles nombre, boca, ojos e insomnio a cada uno. Cuando los atentados terroristas en Nueva York y Madrid los periódicos dieron cuenta pormenorizada de las víctimas de la barbarie, paso obligatorio para que sus almas abandonaran el bosque metafórico y regresaran al catastro, antídoto contra la cosificación de la víctima que es siempre la aspiración última de todo asesino. Con el paro, con los 240.800 parados de Castilla y León, alguno más cuando lean este artículo, sería una tarea imposible dar su historia, por cuanto más que un diario necesitaríamos la Enciclopedia Espasa o el Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia. Lo más probable es que alcanzada la letra C, no hace falta ir muy lejos, redactor y lectores hubieran decidido que sale más a cuenta cerrar el libro y consagrar la tarde a sorber monóxido en plan contable british de Mad men. Un ejercicio suicida a base de relatar tragedias que daría de una vez y sin enjuagues las dimensiones de esta crisis.

Julio Valdeón

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