Sobre va sobre viene el lector de periódicos abandona mareado el kiosko. Si el kiosko no ha cerrado, claro. Lo que antaño circulaba en los mentideros ahora ve la luz con pico de buitre. Expedientes amontonados hasta su prescripción, cajas B, dinero en negro regando la fiesta de una Champions bancaria que era asombro del mundo. Miles de gusanos cabecean cegados por el sol y otros tantos escapan. Centrifugamos dinero defraudado. Premiamos a los hampones. Sobre el juez que instruyó Gürtel cayó el mazo del Supremo justo cuando los mafiosos colocaban su dinero en cuentas de Nueva York. Un presidente de comunidad compra un ático de lujo en Guadalmina y hay bosses de diputación a los que suceden sus hijos y otros agraciados por la lotería año tras año.

Arde el cielo. Somos el virreinato del pillaje y Castilla y León cierra centros rurales de urgencias porque es de gerentes responsables optimizar recursos. Leo a Abel Fernández y Javier García, en El Confidencial, que el coste de la sanidad pública equivale al 6,7% del PIB. La atención sanitaria primaria supone entre 15% y un 20% de ese porcentaje, y «un importante pero hipotético 10% de ahorro en la atención primaria se traduciría solo en un 0,1% de ahorro en términos del PIB». El chocolate del loro, ¿recuerdan? Uno diría que el cacao se acumula en otros sitios, que el pobre loro, como decía Wyoming, debe de andar diabético. Dicho lo cual si usted vive en un pueblo abandone los malos hábitos, corra cada mañana, controle los triglicéridos. Y si come carne, cuidado con los filetes contaminados: todo milagro es posible en este país maravilloso donde los ciudadanos dudan ya entre emigrar a Alaska o masticar plomo. Fluyen las miasmas sobre una inmensa pira con seis millones de parados, talada definitivamente la mitología de la Transición entre colmillos de elefantes. Hace años un sabio comentó delante de un whisky que el ladrillo lo pudrió todo. La corrupción era norma. La omertà, palabra de Dios. O salvamos la democracia o vendrán otros a salvarnos, igual de forajidos y además sin urnas.

Julio Valdeón

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