El Ayuntamiento de Valladolid le exige 600 euros a un ecuatoriano. Sostiene que colaboró en una timba para que una familia pudiera repatriar un cadáver. Interpretaron los municipales que había montado un aquelarre empastillado, un botellón satánico. Ahora sabemos que los deudos no sacaron ni para el ataúd, 500 euros entre doscientas personas, aunque la autoridad calla. Faltaban papeles, autorizaciones, sellos. Multan a uno de los doscientos porque resulta más complicado repartir culpas. Un sólo primo sirve como escarmiento. En la Edad Media fue costumbre colocar los cadáveres en picas. Así los siervos tomaban nota. En cambio a Drake, por el que Felipe II ofrecía 20.000 ducados, sus colegas lo enterraron en el mar, evitando que los españoles lo usaran de ejemplo. No digo que hoy quieran desmembrar al caballero, usarlo de estiércol o alimentar con sus ojos las sardinas, pero en la timba le han tocado los dados enfermos y no hay brujo que alivie su sino. El tal Jimmy Gómez se enfrenta al peor de los monstruos, el Leviatán del Estado, que camina a bruscos trompazos, sordo ante los insectos que aplasta. No hay en su voluntad afanes vengativos, furia, odio, sino simple y llana inercia, la ecuación legal puesta a sonreir como un replicante en Blade Runner, partitura automática que sanciona/tritura por instinto. El terror burocrático, retratado por Kafka, consiste en bollería de media mañana, ventanillas ciegas, funcionarios que agitan el expediente y lo colocan frente a la guillotina. Siempre discutí con quienes consideran que vivimos en una tiranía encubierta, que las cartas están marcadas y hay justicia a la carta. No creo que el aparato represor se ensañe con Gómez por gusto. Asunto distinto es si en lugar de repatriar un pobre hubiera quebrado un banco. Entonces, en vez de multarlo, tal vez hablaríamos de su nombramiento como consejero de una empresa del IBEX. Sin acritud, oigan, lejos de ensuciar la columna con paranoias conspirativas, por inercia.

Julio Valdeón

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