Cuando los iluminatti de Cataluña decretaron que era necesario despiezar el archivo de Salamanca, desde Madrid prometieron un Centro Documental de la Memoria Histórica. Un nombre garbancero. No conocemos museo que no sea de la memoria. Flatulencias de la modernidad, acostumbrada a palabras pedantes con las que tapar pies descalzos. Típico de una cierta corrección política, este rebozar los conceptos con jabón porcino. Ayer, en el citado archivo, se presentó el facsímil con las actas históricas del Comité de la Federación Nacional de Obreros Metalúrgicos. Bien está. Que el nombre de la institución sea propio de charlatanes no impide que cobije a estudiosos de mérito. Que el letrero sea deshuesado tampoco equivale a excrecencia. Antes al contrario, resulta precioso que mientras escuchas los tambores, cuando aseguran que sólo chupan del bote los cómicos de la legua y los síndicos, recordemos la lucha obrera. Murió el socialismo real. Sólo quedaron ciegos a la intemperie. Nostálgicos del Muro. Escribas que regresaban a palacio tras el cese de actividades de la Orquesta Roja. Pero que el capitalismo arrolle como una delantera formada por Messi y cía. no implica que el trabajador sea hoy más feliz o disfrute de mejores prestaciones que hace veinte años. Antes al contrario, los cuervos planean sobre nuestras calvas. El paro sube como colesterol maligno -hoy, nuevo récord- y la clase media, clase trabajadora, que ya son casi todos los que viven de un sueldo, escruta el vientre de las palomas. No es el acabose, el temporal bíblico que tanto gusta a los partidarios de rellenar artículos con risita profética. Ahora, saber sabe a hiel.
En Estados Unidos los desencantados con Obama, aterrados ante el vendaval del Tea Party, han convocado una reunión cerca del Capitolio. Discutirán qué hacer en los próximos meses. Cómo rearmar una razón crítica frente al mercado y sus tablas. No es asunto menor que en España, resignados al afeite, contemos la historia de quienes nos defendieron. En el peor de los casos, con la perspectiva de una jubilación a los ochenta, jornadas de diez horas y sueldo equiparable al de coreano tipo, los escolares del futuro hojearán el facsímil como quien teclea Imperio Medio en Google y pasa la tarde leyendo sobre faraones. Qué fuerte, tío, las locas pretensiones laborales de aquellos momios.