El periódico trae la historia de dos procuradores aguerridos. Recorren cientos de kilómetros para asistir al parlamento. Uno, que vive en Árcos del Jalón, por carretera general, pues ya se sabe que el posible centralismo ha generado una Castilla que roba y no reparte, que reabsorbe presupuestos para disfrutar de una provincia sin un kilómetro de autovía. Para Josep Fontana en una entrevista reciente, y estupefaciente, que hablemos aquí de las rutas peligrosas y, burla burlando, insinuemos que en otros territorios gozan de privilegios, sólo demostraría que en nuestra comunidad cuesta encontrar «mentes dotadas de una poderosa inteligencia crítica», todos con el cerebro lavado tras «dos siglos de catalonofobia». Pero me desvío. No era mi objetivo, hoy no, las iluminaciones del historiador reaccionario. Yo hablaba de dos políticos ajetreados, que como puta por rastrojo y sin desgana van y vienen de las Cortes a casa. El artículo, escorado a la épica, sirve para contrarrestar, siquiera de perfil, tanto mimetismo antidemocrático. No podemos darnos el lujo de escupir sobre las urnas. No sólo por la puerilidad de explicar que existen políticos honrados, qué cosa, sino porque fuera de la política se extiende el páramo de los hombres carismáticos, los cirujanos de hierro, los técnicos alféreces que llegan al poder sin someterse a consulta. A mí me importa un bledo si el diputado necesita o no jugarse el cuero para alcanzar su escaño. De hecho consideraría un signo de normalidad ciudadana que su viaje no fuera homérico. Pero necesitados de cordura, convencido de que la vigencia o inutilidad de los actuales partidos no invalida la obviedad de que, estos u otros, son vitales, me congratula leer una noticia cotidiana, felizmente burguesa, que evitadiscutir las virtudes democráticas, empeñada en pelear un discurso antisistema que mama lo sepa o no del autoritarismo más siniestro