Cuarenta años de Greetings from Asbury Park. Se escribe rápido, ¿verdad? Ahora, piénsenlo un segundo. Creíamos que el rock and roll era un cohete directo a las estrellas. Que no admitía arrugas, melancolía, muerte. Pues ahí tienen a Bruce Springsteen luego de cuatro décadas. Furioso a su manera. Todavía escribiendo, grabando, cantando, girando. Ok, nada en su producción (circunscrito al estudio, los directos son un animal distinto) me desarma como la etapa clásica, o sea, hasta Born in the USA. Seguiría considerándolo a la par de Bob Dylan, John Lennon o James Brown, o apenas un centímetro por detrás, junto a Van Morrison, Lou Reed, Marvin Gaye, Neil Young, Roger McCguinn y cia., si se hubiera retirado entonces. Sencillamente hasta 1984 nada nada de lo que hizo fue poco menos que soberbio, y aquel periodo, cuando parecía infalible, arranca en enero de 1973, con la publicación de Greetings. La historia de los avatares previos a su edición resulta harto conocida. Con la perspectiva que otorgan los años, sabiendo de antemano que nos encontramos ante el inicio de una carrera meteórica, me centro en la música. Unas guitarras crujientes abren Blinded by the light. Poco después la banda trae efluvios de Van Morrison, de r&b negroide y aromas latinos, precediendo en un lustro la incorporación de ese acervo al rock por parte de Mink DeVille y otros. Nuestro cantante, entre tanto, dispara versos sin pausa, de una verbosidad riquísima, siempre al borde de resultar excesivo si no fuera por la capacidad para reírse de sí mismo y proyectar unas cualidades poéticas, narrativas, asombrosas. Ese ojo literario, unido al dominio del formato canción, explota con Growin´ up, himno callejero de irresistible chulería que los adolescentes, jóvenes o ya no tanto, adoptamos como mantra hace siglos. Mención especial, aquí y del resto del largo, a la batería dislocada de un Vinnie Lopez valiente e inspiradísimo, que transformaba su irregularidad en sorprendente virtud.
La faceta del Springsteen acústico, o sea, del que flechó a John Hammond, reluce en Mary Queen of Arkansas, tonada menor, aunque estimable, que conduce a la imponente Does this bus stop at 82nd street, anticipo del ambicioso rockero de posteriores tiradas épicas. A partir de ahí, sin solución de continuidad, encadenamos cuatro joyas y una curiosidad, The angel. Me refiero a la tremenda Lost in the flood, arrolladora, con el piano marcando territorio y el cantante dejándose jirones sobre el micrófono, viajando del susurro angustioso al grito en un parpadeo. A la bellísima, suplicante, For you. A la onírica, sensual, jugosa, palpitante Spirit in the night. A la febril It´s hard to be a saint in the city, himno donde Marlon Brando y Asbury Park se entremezclan coronados de tormentas eléctricas. Todas ellas presentan a un artista cuajado. Que tira del folk-rock y viste sus poemas con acentos de los cincuenta, ese saxo, cortesía, ya, del inolvidable Clarence Clemons, y soul. Avisaba de un futuro espléndido. Tardaría poco en hacerse tragar sus palabras a quienes pronosticaron un Dylan menor. Ahí tienen, aparte, el paseo de la playa, los tiovivos y los veraneantes, el aroma a caramelo y algodón de azúcar, la arena en las zapatillas y la caricia del Atlántico, el decorado estival, nocturno, que formaba parte indisoluble de su biografía, sabiamente amalgamado junto a la prosa rebelde y la orgullosa actitud del artista adolescente que retrata amigos, conocidos, novias, mientras reta al futuro. Se trata de una obra incipiente, que no superflua. Antes al contrario, contiene más canciones eternas que el noventa por ciento de los discos que vayan a publicarse en 2013. ¿Expliqué que hablamos sin hipérbole de un genio? Asociada la genialidad al malditismo, la rareza o extravagancia, al misterio, la actitud torva, la desconfianza hacia sus semejantes, etc., habrá quien encuentre difícil catalogar al siempre exuberante Springsteen de tal, pero lo era, lo es, y para muestra su inolvidable debut.