Entre la gente con gusto existe unanimidad respecto a que muchas de las mejores películas de la actualidad son en realidad series. También parece obvio que el prolongado éxtasis de una tv que rebosa creatividad, sofisticación y estilo sobresale un nombre: HBO. Lo que ya no suele explicarse es cómo nació su capacidad para dar carta blanca a sus artistas, encontrar oro donde otros jamás buscarían y ofrecer envidiables presupuestos a sus exquisitos guionistas y directores. En realidad cuesta explicar el milagro sin su tradicional fuente de riqueza: el boxeo. Un deporte fomentado como nadie por Emanuel Steward, hipnótico comentarista de, sí, HBO, y dueño de un rayo láser para analizar peleas, tácticas, trucos y gladiadores. Cordial, encantador e inteligente, Steward fue un fijo en los combates televisados. Si su mérito fuere ese, si nos limitáramos a glosarlo por su perdurable capacidad para comerse la pantalla y enamorar al aficionado, sería mérito suficiente, pero es que syu currículum es mucho más. Hablamos de uno de los grandes entrenadores de todos los tiempos, leyenda viva de la disciplina con un inalcanzable récord de victorias, miembro del Salón de la Fama y entrenador del año durante dos temporadas.

Nacido en Bottom Creek, West Virginia, en 1944, e hijo de un minero y una costurera, Steward se mudó a Detroit con su madre siendo un niño . Allí frecuentó los gimnasios y demostró sus notables dotes para manejarse en el ring. Tales, que en 1963 ganó el Guante de Oro a nivel nacional. Como la familia era pobre y el triunfo amateur no garantizaba la supervivencia, le tocó reciclarse. En electricista. Hasta que allá por 1971 comenzó a entrenar a su hermano. En el gimnasio Kronk de Detroit, nombre sagrado del boxeo junto a Gleason´s. Un precario oasis para niños y adolescentes sitiados, levantado en uno de los barrios más decadentes y peligrosos de una ciudad herida. Con el tiempo Steward acabaría entrenando a sus primeros pugilistas profesionales. Su gran salto de calidad vino de la mano de Thomas Hearns. O sería más apropiado decir que Hearns, bajo su aguda y penetrante dirección, acabó por convertirse en la Cobra de Detroit, campeón del mundo, protagonista de combates inolvidables y amigo hasta el final de su brillante maestro.

Desde entonces no hubo luminaria que no quisiera acercarse al druida sabio y duro, a un Emanuel que, entre otros, ayudó a Oscar de la Hoya, Evander Holyfield, Lennox Lewis, Julio César Chávez o Vitali y Wladimir Klitschko. La nómina de campeones del mundo, en distintos pesos, que alcanzan la excelencia de su mano llenaría lo que resta de homenaje. En España, donde el boxeo agoniza, prohibido por la autoridad, pero donde las cadenas de televisión manejan un infinito menú de vísceras, puede que tan rutilante constelación resulte marciana. ¿Y? Da igual si nadie los reconoce en nuestra esquina del mundo, de curioso paladar respecto a lo que merece verse. O si el hombre que los guió queda relegado al triste panteón de ilustres anónimos. Su gloria es ya universal. Equiparable a la de los entrenadores más sobresalientes en la historia del deporte. Un ejemplo de porqué donde algunas almas hiperestésicas sólo encuentran sordidez, explotación o circo romano, hubo quienes, como Conan Doyle, Jack London, Dashiell Hammett, Ernest Hemingway, Norman Mailer, Joyce Carol Oates, Robert Wise, John Huston, Martin Scorsese, Clint Eastwood o Eduardo Arroyo, vieron honor, audacia y coraje, incluso belleza.

Julio Valdeón

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