Malcolm McLaren, padrino del punk y tahur de la manipulación social, murió ayer a los 64 años víctima de un cáncer. Según comunicó su novia, su fallecimiento aconteció en un hospital de Suiza, aunque otras fuentes hablan de Nueva York. Una confusión punk. En cualquier caso, desaparece el hombre que había acuñado el lema definitivo de las jóvenes hordas londinenses, aquel «No hay futuro» que, con velocidad de cometas líquidos, pasearon los Sex Pistols allá por 1977. El suyo es un caso de habilidad empresarial, no de efervescencia artística, pero en la cultura no resulta aconsejable deslindar ambos talentos. Sin su concurso, rápido analista de las condiciones de una Inglaterra deprimida, sería difícil imaginar no ya los Pistols o los Clash, sino tantas bandas que enemistadas con la pirotecnia instrumental saltaron con el cuchillo en la boca.

Conviene recordar que McLaren mantenía fuertes vínculos con Nueva York, ciudad en la que, durante un breve lapso, ejerció como mánager de los seminales New York Dolls. Aquella aventura no acabó bien, pero el contacto con el underground neoyorqino, que hoy lo llora como un santo patrón, sería clave en su vuelo. Fue en el Lower East Side donde aquel avispado estudiante de arte estudió de primera mano los coletazos viscerales de bandas como los imprescindibles The Stooges o los altamente politizados MC5, cuando coceaban la adocenada escena rock de la época. Tomó nota del afilado maridaje entre guitarras eléctricas y avant-garde que había protagonizado antes la Velvet Underground. De los trucos fascinantes usados por otro ineludible vendedor de sí mismo, Andy Warhol, exprimió gotas de necesaria alquimia.

Propietario desde 1971 de una tienda de ropa en King’s Road, Londres, especializada en estética sadomasoquista, reconforta el respeto con el que se ha acogido su muerte. Rolling Stone lo describe como a un «renacentista punk», haciéndose eco de su carrera posterior a la implosión del movimiento, que lo llevó a producir películas, escribir libros y editar un puñado de discos entre el pop operístico y retazos rap. Sabía que la suya no era una voz bendecida , que su imaginación funcionaba mejor a la sombra, más contable o publicista que creador. Aplicó las tácticas situacionistas desde la retaguardia. Auscultó el descontento de la juventud obrera británica de hace 35 años. Fue un portavoz del empresario/artista quien, en un breve comunicado, comentó que «estaba enfermo de cáncer desde hace tiempo; en los últimos tiempos parecía lleno de salud, pero se había deteriorado rápidamente. Murió en Nueva York esta mañana. Su cuerpo será repatriado a Londres y será enterrado en el cementerio de Highgate». Compartirá descanso con otros ilustres moradores del victoriano recinto, como Karl Marx, Carl Mayer (autor de El gabinete del doctor Caligari) o varios familiares de Charles Dickens. Claro que al inteligente, retorcido McLaren, nada le habría fascinado más que dormir junto a Lucy, la pálida y carnal vampiresa de Bram Stoker. Si el autor de Drácula desnudó las represiones sexuales de un imperio carcomido bajo la opulenta máscara, él aprovechó, glorioso quintacolumnista, la deriva podrida del rock. De paso se hizo rico y colaboró en la gestación de la penúltima revolución musical.

Julio Valdeón

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