Un fan compungido ha escrito que las notas de su guitarra flotaban como la niebla que envuelve el Golden Gate en las noches de invierno, vaporosa, limpia, con pies de lluvia. Ben Keith, nacido en marzo de 1937, ha fallecido víctima de un infarto. La noticia de su muerte ha sido confirmada por el cineasta Jonathan Demme, amigo íntimo y colaborador en varios proyectos (Heart of gold, Trunk show) que también engloban al hombre clave cuando hablamos de Keith: Neil Young.
Fue en compañía del canadiense que desarrolló la porción más sustancial de su carrera, la mayoría de los discos por los que será recordado. Harvest, Tonight’s the night, On the beach, American stars’n’bars, Comes a time, Freedom, Harvest moon, Prairie wind, Chrome dreams II, etcétera. Son tantos sus plásticos bendecidos por aquellas seis cuerdas que cuesta elegir.Los que hayan podido disfrutarlo en su aparición de hace dos años en Rock in Rio acompañando al maestro recordaran que ventilaba notas sin despeinarse mientras, al otro lado del escenario, Spooner Oldham hacía lo propio al órgano. Qué barbaridad de talento al servicio de un repertorio sensacional, qué grumetes de lujo, leyendas por derecho, acompañaban al comandante.
Nacido en Fort Riley, Kansas, apenas tenía 25 años cuando ya disfrutaba en Nashville de una reputación formidable como músico de sesión. Aunque dominaba casi cualquier instrumento, su gran baza era la pedal steel guitar, ese instrumento que tiene su origen en la música hawaiana, ideal para colocar pinceladas de viento. Con un sonido líquido, de hielo calcinado, su instrumento puede escucharse en grabaciones como el I fall to pieces (1961) de la llorada Patsy Cline, aquella pionera desaparecida a los 31 años en accidente de avión. Otros ilustres a los que bendijo con su humilde genialidad fueron Warren Zevon, J.J. Cale, Johnny Cash, The Band, Emmylou Harris, Waylon Jennings, Ringo Starr, Linda Ronstadt o Willie Nelson. Su toque mana perezoso viste canciones con ramos de agua trémula. Cuentan que el primer contacto entre Young y Keith vino durante la gestación del Harvest (1972). Cuando llegó al estudio se encontró con que Neil y el resto de músicos ya estaban tocando. Tímido recalcitrante, desenfundó la guitarra sin abrir la boca. Finalmente, cuando llevaban cinco canciones grabadas, cruzaron sus primeras palabras. Así nace una amistad de 40 años que los llevaría a estampar algunos de los lienzos imprescindibles del rock, el folk y el country.
Para entender la simbiosis entre ambos, idéntica a la química que alumbra tantas canciones de Dylan cuando tocaba con Larry Campbell, basta escuchar Light a candle, la canción de Young incluida en su último disco. Sólo suenan la voz y la guitarra acústica del jefe, más el añadido vaporoso, elegíaco, de la pedal steel de Keith. «En vez de maldecir en la oscuridad/ enciende una vela por el lugar al que vamos./ Hay algo más adelante, que merece la pena». En vez de gimotear, de protestar porque su estampa de hidalgo vaquero se haya extinguido, mejor reemplazamos la pena por música, el dolor por corcheas que besan en la penumbra con pulso encendido.