Agoniza el estudio donde brillaban «más estrellas que en el cielo». Metro Goldwyn Mayer afronta su enésima semana trágica. El viernes, los acreedores aprobaron que la vieja factoría firme la bancarrota. Según informa el Wall Street Journal, el objetivo pasa por liberar la soga de los 4.000 millones de dólares. De cumplirse el acuerdo pactado con la productora Spyglass Entertainment, máxima accionista de Metro, el estudio podría volver a financiar películas, luego de varios meses de obligatorio parón.
En el horizonte, una posible fusión con Lionsgate, todavía en el aire, mientras el tiburón Carl Icahn, uno de los deudores, pugna por comprar la porción del accionariado necesario para tomar las bridas. Decididos a salvar el cuello, los directivos de MGM planean mudar sus instalaciones a otras más baratas y sueñan con armar unas 10 películas de tamaño mediano al año. Se vislumbra el ansiado pacto con Warner Brothers, que ya trató de comprar MGM por 1.500 millones de dólares. De lograrse, MGM participaría en las dos partes de El hobbit, irrigadas con dinero de Warner a devolver en un plazo todavía por fijar.
En realidad, Metro boquea desde hace siglos. La factoría donde trabajaron Buster Keaton, Greta Garbo, Clark Gable, Joan Crawford, Charlton Heston, James Stewart, Judy Garland, Katharine Hepburn, Ava Gardner, Gene Kelly, Spencer Tracy o Mickey Rooney y propietaria de la franquicia de 007, ha ido diluyéndose desde 1951, cuando despidió al irascible y autoritario Louis B. Mayer, al cargo del negocio durante dos décadas.
Poco a poco, fueron agonizando taquillas y presupuestos. Aunque seguía facturando clásicos (Quo vadis?, Cantando bajo la lluvia, Julio César, Mogambo, Siete novias para siete hermanos, La gata sobre el tejado de cinc, Ben-Hur, Doctor Zhivago, Blowup, 2001: Una odisea en el espacio, etcétera), el miedo a la bomba había desventrado sus señas de identidad.
Endeudado y roto, la primera humillación para el estudio llegó en 1969, cuando el multimillonario Kirk Kekorian lo compró con la idea de usar el nombre para bautizar su casino en Las Vegas. En los años 80, Ted Turner, entonces dueño de CNN, compró el catálogo de títulos añejos para distribuirlos por cable. Ordenó pintarrajear los clásicos en blanco y negro, algo que afortunadamente no cuajó. Ni siquiera la compra de United Artist, que traía bajo el brazo las jugosas franquicias de La pantera rosa y James Bond, aunque sufrió el fiasco de Las puertas del cielo (Michael Cimino), fue ayuda suficiente para enjuagar los mastodónticos números rojos.
Fundada en 1924, MGM había reinado cuando los jefes eran Mayer e Irving Thalberg. Ellos fueron quienes apostaron por las superproducciones épicas, los relatos azucarados, los colores en crujiente avalancha y el león, claro, que fueron siete, comenzando por Slats y acabando con Leo.
Fueron días de vino y rosas en la épica de los grandes (MGM, 20th Century Fox, RKO, Warner Bros y Paramount) y medianos estudios (Universal, Columbia). Pero, en 1948, los tribunales estadounidenses acabaron con el monopolio que ejercían sobre las salas de cine, mientras su estilo autoritario jugaba a la contra y alimentaba la leyenda de un gigante cansado, gruñón, que no convencía a las nuevas estrellas. Con la Guerra Fría y el nacimiento del rock and roll, caía una supernova demasiado pesada, demasiado trabada en un modelo caduco.
MGM había parido, entre otras muchas, Cantando bajo la lluvia, Lo que el viento se llevó, Rebelión a bordo, Capitán coraje, Ninotchka, Historias de Filadelfia, El mago de Oz, Qué bello es vivir y Con faldas y a lo loco. Y qué. Acumular clásicos tampoco garantiza el futuro, especialmente tras la caída en las ventas de DVD. Ni siquiera Tom Cruise ni Sony, que había desembarcado con toda la artillería, o éxitos recientes como Thelma y Louise o El sexto sentido podían evitar la consumación del descalabro. Con la bancarrota y los posibles pactos, empero, quizá sobreviva el felino, si bien el aplazamiento del próximo Bond, que iba a dirigir Sam Mendes, no parece el mejor augurio. Incierto futuro, pues, el de una marca con más de 200 Oscar en el zurrón, patria original de Tom y Jerry, alquimista del cartón piedra, el Technicolor, los grandes musicales, las lentejuelas como sustituto de la vida y el trampantojo para aliviar las penas, hogar de Lubitsch, Fleming, Browning o Cukor, o sea, del cine.