Cansado de películas inanes y guiones sin chicha Al Pacino vuelve a las tablas. Lo hace interpretando a Shylock, el judío resentido y triste, en una producción de El mercader de Venecia que bien podría ser el acontecimiento teatral del año, al menos en Broadway. A diferencia de tantas estrellas que hacen del teatro unas vacaciones pagadas con la coartada del prestigio, Pacino afronta el reto con fiereza.

Sí, muchos espectadores acuden atraídos por la leyenda, porque justo enfrente, a pocos metros, grita y gesticula uno de los grandes, leyenda de Hollywood y forjador de mitos, pero curado el instante mitómano, resta una interpretación sublime, tan meticulosa como visceral, que asusta de puro humana; confirma, de paso, que el amor de Pacino por Shakespeare, demostrado a lo largo de tantos años, ha fructificado en un asombroso entendimiento de lo que el dramaturgo isabelino pide.

Y en su viaje a las vísceras del odio, la venganza, la soledad como un bofetón de hielo y los prejuicios no está sólo: lo acompaña una troupe soberbia, encabezada por la magistral Lily Rabe, que entrega una Porcia memorable, dirigida con precisión por Daniel Sullivan.

En una reciente entrevista con el New York Times, Pacino declaraba su amor incondicional por unos clásicos que considera inoxidables, su necesidad de mantenerse en la trinchera actoral y su rechazo a los usos y costumbres de un Hollywood del que se siente cada vez más lejos. A diferencia de Robert De Niro, prefiere concentrarse en retos heterodoxos y asociarse con francotiradores como Sullivan (ganador de varios premios Tony) o la cadena HBO, para la que hace un año encarnó al doctor Jack Kervokian, conocido como el Doctor Muerte, en la turbadora You don´t know Kack.

Cuando los ecos de este acerado Mercader dejen de retumbar en Manhattan, Al Pacino volverá al cine. Entre los proyectos más interesantes, adaptar la última novela de Philip Roth, Humbling, cuyos derechos compró en 2009 y que será producida por Barry Levinson (director de Rain Man), así como el reto de encarnar a Phil Spector en una película producida por la HBO. A los mandos figura David Mamet, encargado de escribir y dirigir la epopeya de amor, locura y muerte de uno de los genios desquiciados más fascinantes y patéticos de nuestro tiempo, ese Spector que tras encumbrar a las Ronettes y alumbrar el pop wagneriano acabó asesinando a una camarera, objeto ahora de un ejercicio de apropiación psíquica por un Pacino todavía hambriento.

Fascinante aventura para un tipo irreductible y mercurial, capaz de confesar en sus memorias como una noche, luego de encenderse los focos, descubrió que los ojos más atentos que jamás lo hayan seguido en escena, aquellos que parecían deslumbrados con sus poderes, ávidos de su alquimia, pertenecían a… a un perro.

Julio Valdeón

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