A Dominique Strauss-Kahn se le había puesto cara de culpable, tos de robagallinas, cejas de Fu Manchú en pena. O al menos eso escribió medio mundo. A ese señor importante, jefe del FMI, rival de Sarko, le habían preparado ya el traje a rayas y paseado como si fuera el hombre que mató a Liberty Valance. Ahora, en un giro muy de Hollywood, lo dejan en libertad bajo fianza. Los fiscales neoyorquinos desconfían del testimonio de su presunta víctima. Dicen que existe una grabación donde especula con un reo sobre los beneficios de mantener los cargos. Vinculada con narcotraficantes, temen que sea un montaje. La noticia ha escandalizado en Francia, donde coleccionan tópicos anti-gringos. El asunto, en fin, pone en negrita nuestra afición a hacer chorizo cular con las tripas del vecino. En este noir posmoderno el viejo zorro, emboscado por todos los torquemadas pop, vuelve a la carga. De su caída en Manhattan acaso haga la piedra donde levantar su iglesia. Por supuesto, nos adelantamos. Todavía no han retirado los cargos. Pero qué hacemos ahora, cielos, con la literatura descorchada a cuenta de las costumbres francesas, los informes de los psicólogos, las columnas jarrapellejos, etc. Como primera precaución, esperen sentados. Respecto a la posibilidad de una conspiración cósmica, callen, callen. Dejemos los porqués a los niños y que la Justicia siga su curso.

Julio Valdeón

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