«La madrugada del 28 de junio de 1969 me encontraba en el Stonewall con mis amigos Charlie y Frankie. Cuando la policía atacó respondimos, y ese fue el principio de todo». Tree, leyenda del movimiento por la igualdad de derechos de los gays, hoy dueño del legendario bar, recuerda los incidentes. Al menos una vez al mes la policía, que cobraba sobornos de la mafia, hacía una redada. «Detenían a todos los travestis, a cualquiera que no llevara un carné o que no pudiera identificarse, a las lesbianas si no se habían vestido con, al menos, tres prendas de ropa femenina… Una buena amiga, que ahora tiene 91 años y está en un asilo en Brooklyn, respondió a la agresión de un policía y por poco lo mata, hicieron falta otros cuatro agentes para quitársela de encima».

En 1969, sólo un bar neoyorquino, el citado Stonewall, admitía que personas del mismo género bailaran agarradas. La homosexualidad todavía figuraba en el DSM (Diagnostic and stadistical manual of mental disorders, la Biblia de las enfermedades mentales). Los locales gays eran propiedad de la mafia que, conchabada con las autoridades policiales explotaba a la clientela. Ni siquiera la palabra gay era de uso común: las asociaciones que buscaban la equiparación de derechos, el fin de la caza, la rechazaban por miedo a los prejuicios, por no enturbiar aún más un perfil que las gentes de bien equiparaban con la delincuencia, la aberración o el asco.

Aquella noche todo cambió. Los mariquitas apedreados, las marimachos golpeadas, todos los masacrados por siglos de lenguaje obsceno y porras carnívoras dijeron basta. Se resistieron a ser detenidos. Gritaron consignas. Reunieron a una multitud de partidarios y curiosos, congregados a las puertas del antro, que abuchearon a los agentes cuando apaleaban a sus ancestrales corderos, a los que hasta entonces siempre aceptaron su papel de víctimas propiciatorias en el hipócrita altar de la corrección y la decencia. 24 horas más tarde se repitieron los incidentes. Dos días después el entonces alcalde, John Lindsay, «ordenó retirarse a la Policía. Acabaron los disturbios y comenzó a cristalizar un movimiento organizado».

Tree habla de la noche de autos y sus implicaciones sin nostalgia o afectación, consciente de que en aquellas horas se gestaba una de las revoluciones del siglo. Los desfiles del Orgullo Gay celebran y conmemoran la fecha. El primero tuvo lugar en Nueva York, Chicago y Los Ángeles el 28 de junio de 1970. Para entonces los grupos de defensa de los derechos de los gays habían abandonado la semiclandestinidad y aglutinaban a miles de personas. Se habían fundado, únicamente en Nueva York, tres periódicos. En 1973 la homosexualidad salió del DSM. A la luz eléctrica del crepúsculo, frente a Christopher Park, el Stonewall, que fuera propiedad de la siniestra familia Genovese mantiene una nutrida clientela. Estudiantes, moteros, treintañeros con pinta de trabajar en Wall Street, turistas y curiosos, bajistas de rock and roll… También acude Mike Fass, ex-batería de Evil Eyes, veterano actor de televisión y teatro, locutor de radio serena y cachonda personalidad del underground neoyorquino durante tres décadas. Acaba de ser elegido Mr. Stonewall Bear 2011. Sonríe al preguntarle por las bodas entre homosexuales, que arrancan al día siguiente. «Es un paso, y algo más, es increíblemente gracioso que sean las únicas que cuentan con una ley específica. Esto es, nunca se han preocupado de hacer lo mismo con los matrimonios entre heterosexuales, y ahora se da la paradoja que las únicas bodas legales al 100% en el Estado de Nueva York, con su aparato legal creado ex-professo, son las de los gays. ¿No es simpático?».

A la puerta del Stonewall, en el parquecito, hay cinco estatuas: una, la del general Philip H. Sheridan, general de Caballería durante la Guerra de Secesión, celebra a un héroe contra el racismo ensortijado de los estados del algodón; las otras cuatro, dos hombres y dos mujeres, homenajean a los cruzados de la libertad, alzados contra los profesionales del odio en una noche de la que puede decirse, sin hipérbole, que cambió el mundo. Tree tiene muy claro que, «a mi edad dudo que vaya a casarme. He tenido dos parejas, casi 20 años cada una, y me pilla muy viejo. Sólo lo consideraría si me lo pide alguien con 90 años y 20 millones de dólares en el banco. Pero bueno, me alegro mucho. Es una cuestión de igualdad ante la ley. De respetar la Constitución. Únicamente espero que Barack Obama apruebe algo similar para todo el país. Para que mis amigos en Nueva Jersey, por ejemplo, sean tan iguales ante la ley como yo o como cualquiera que viva en Nueva York».

Julio Valdeón

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