Adiós, relativo, a uno de los grandes mitos del siglo XX. Ya saben, que Epi y Blas, históricos habitantes de Barrio Sésamo, son homosexuales. Lo ha desmentido en un comunicado su productora, la televisión pública estadounidense (PBS). Respondía así a la petición, firmada por miles de personas, para que reconocieran lo evidente: que unos tipos que viven juntos desde hace 40 años y comparten dormitorio, baño, cocina y vacaciones, son pareja. «Son marionetas y carecen de sexualidad», dicen los responsables del programa, desvelados por la repercusión mediática que ha tenido esta historia. La polémica, en cualquier caso, viene de lejos. Según The Wall Street Journal, desde que el escritor Kurt Andersen, en su libro The real thing, de 1980, escribiera: «Epi y Blas se comportan de la misma y amorosa forma que miles de hombres, mujeres y marionetas homosexuales. Tienen un buen trabajo y viven una espléndida vida en un apartamento impecablemente decorado». Interesante: la actual esposa de Andersen trabajaba para Barrio Sésamo.

Que Epi y Blas salgan del armario, contraatacan desde otra parte, ayudaría a educar a los niños en la tolerancia y, también, a que muchos pudieran aceptarse a sí mismos con más facilidad. Para Change.org, la plataforma detrás de la iniciativa: «En esta época horrible en la que muchos adolescentes homosexuales y transexuales se quitan la vida, deben saber que son hermosos y que sus vidas merecen la pena. Aparte de quienes se suicidan, los fanáticos que alientan esas tragedias deben aprender que la homofobia no está bien. Aceptar a sus semejantes ayudará a plantar la semilla de la paz» (…) «No pedimos a Barrio Sésamo que haga algo crudo o irrespetuoso permitiendo que Epi y Blas se casen. Se puede hacer con buen gusto». Desde la Fox, el Daily News y similares anuncian el apocalipsis. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Mickey y Donald en plan sadomaso? Desde el US News, Peter Roff concluye que se trata de una idea «estúpida» y «destructiva». «Acabará con la inocencia de los niños de América», concluye. De lo que muchos deducen que el descubrimiento de que existe la homosexualidad resulta equiparable al conocimiento del dolor o la muerte, tradicionales guillotinas de la infantil candidez. Para Roff la clave es no adoctrinar a los niños. Si bien la mayoría de educadores sostiene que, sí, que al infante conviene adoctrinarle. Más razonable Alyssa Rosenberg, de Think Progress, opina que no es una buena idea porque perpetúa la equivocada noción de que, si dos hombres se demuestran afecto, tienen que ser necesariamente gays.

Epi y Blas nacieron para juntar a dos amigos muy diferentes. Sus choques de caracteres ayudaban a los niños a resolver problemas de convivencia. La petición de que contraigan matrimonio, aunque tenga su punto cachondo, no es tan descabellada. Desde Freud sabemos que el desarrollo afectivo-sexual arranca en el minuto uno de la existencia. No sólo, aunque también, está referido a la genitalidad. Tiene que ver con el desarrollo emocional y los roles sociales. Con quién eres y cómo te comportas con los otros. Además, la movida coincide en el tiempo con la legalización del matrimonio homosexual en Nueva York. Y Epi y Blas son neoyorquinos, de Queens, que es donde se rueda Barrio Sésamo. Y no existe ciudad más variada, judía y afro, hispana y anglo, hetero y homo, laica o religiosa, mundana y sacra, que el fresco de rascacielos, mezquitas, catedrales, bares de ambiente, outlets, baños turcos, mercados orgánicos y comisarías resumido en dos palabras: Nueva York. Tampoco es cierto que los dibujos animados, marionetas, etc., destinados al público infantil, no presenten parejas sentimentales. Daisy y Donald, Ariel (La Sirenita) y Erick, Olivia y Popeye, Pedro y Vilma (y Bettie y Pablo), Blancanieves y su príncipe, la dama y el vagabundo… muestran parejas de hecho o derecho. Individuos que se quieren o desean, todos heterosexuales sin excepción, encajados en lo que la sociedad consideró correcto durante años.

Por qué entonces, se preguntan los críticos, tanto puchero. Si los homosexuales ya pueden casarse, si se cuentan por miles las parejas del mismo sexo que tienen hijos, por qué no pueden esos niños, y sus amigos, reconocer en pantalla lo que es normal en su apartamento o guardería. O es que realmente, como explican desde el Change.org, queremos que las nuevas generaciones sigan creciendo sin contemplar unos modelos que la sociedad y las leyes aceptaron hace tiempo. Se comprende el sofoco de PBS, el miedo a que su programa estrella, el más querido, abandoné la placenta del reconocimiento unánime para acabar en la arena del circo. Sometido a los vaivenes de la lucha política. Epi y Blas, de momento, permanecen ocultos. No son los únicos. Batman y Robin, o Patricio y Bob Esponja, tampoco se pronuncian.

Julio Valdeón

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