Dice el New York Times, citando el libro Teammates, de David Halberstam que un día, cuando ya estaban retirados, el ex-jugador de los Boston Red Sox, Dom DiMaggio, le ofreció a su antiguo compañero de equipo, Johnny Pesky, trabajar en su compañía. La oferta debía de resultar tentadora, pero Pesky lo tenía muy claro: «Dom, no amo más a mis hermanos de lo que te quiero a tí, y te lo agradezco, pero soy un hombre de beísbol, y siempre lo seré. Es todo lo que conozco. Voy a llevar este uniforme mientras viva, y probablemente después de mi muerte tendrán que arrancármelo». Desconocemos si la profecía se ha cumplido, pero lo cierto es que Pesky, apodado la Aguja, que ha fallecido a la edad de noventa y dos años, forma ya parte de la memoria de un equipo legendario, por siempre ligado a los Sox y a Boston.
El hombre que alcanzaría la gloria junto a una alineación mítica, que incluía al citado DiMaggio y también a Bobby Doerr y Ted Williams, hijo de inmigrantes croatas, nació en 1919 en Portland y destacó muy pronto en el campo de juego, tanto en la faceta defensiva -era un extraordinario shortstop- como golpeando la bola -lideró las estadísticas de la liga en varias ocasiones. Aunque se perdió ausentó durante tres temporadas, de 1943 a 1945, al incorporarse a la marina durante la II Guerra Mundial, fue una estrella de los Red Sox entre el 40 y el 52. Posteriormente jugó en los Detroit Tigers y los Washington Senators, pero pronto volvió a su equipo de siempre en calidad de mánager y/o instructor. En total pasó más de sesenta y un años en la formación de Boston, y cuando el Fenway Park, su campo, cumplió un siglo, en abril de este año, fue homenajeado junto a su camarada Doerr y otros doscientos jugadores y entrenadores eternamente ligados a la institución. Su número, el 6, fue retirado en 2008, y un año antes la base 4 fue rebautizada con su nombre.
Aunque hizo sus pinitos en publicidad Pesky siempre estuvo ligado a los Sox. Ayudaba a entrenar a los jugadores más jóvenes, aconsejaba a los veteranos y, durante años, ejerció como comentarista para radio y televisión durante los partidos del equipo. Por increíble que parezca, con más de setenta años todavía trabajaba en el campo, ayudando incansablemente a los lanzadores, corrigiendo posturas, ofreciendo trucos y, quizá más importante, ayudando a calmar los nervios de unas estrellas que veían en él a una suerte de oráculo infalible, un mago del asunto que en su infinita sapiencia seguía tan empapado del juego y sus comulgantes como cuando a mediados de los cuarenta enardecía al público.
«Para muchos bostonianos, Pesky era tan familiar como el (parque) Common, (el mercado de) Faneuil Hall o la (iglesia) Old North», escribe Richard Goldstein en su obituario. En el primero de los dos conciertos que Bruce Springsteen y la E Street Band han ofrecido esta semana en el estadio de los Sox, el cantante de Nueva Jersey, presentando My City of ruins, comentó que «Cuanto más viejo te haces, más fantasmas viven contigo. Por eso es estupendo tocar en este campo esta noche, mucha gente dio aquí su sangre, su alma y sudor… y está todo ahí, en el polvo. De modo que está es una canción sobre la convivencia con los fantasmas… y seguro que podremos enfocar a esa esquina esta noche» -y entonces señaló la base 4, e inmediatamente un reflector la iluminó y el público de Massachusetts aplaudió con pulso soul al gran Pesky. Qué mejor homenaje para un príncipe del beísbol que ser recordado en su estadio bajo un cielo encendido, entre familias con niños, jinetes eléctricos, espectros con chupa de cuero y vendedores de perritos, mientras una fogata de rock and roll esparcía rojas pavesas de viejas hazañas.