La industria musical acuñó una expresión cruel pero efectiva para describir a quienes obtienen el reconocimiento con una canción y luego desaparecen: One-hit-wonders, les dice. Acaso nadie ostente mejor el calificativo que Scott McKenzie, que ha fallecido en Los Angeles a la edad de setenta y tres años y alcanzó la fama con una canción totémica. Su San Francisco (be sure to wear flowers in your head), en realidad una composición obra de su amigo John Phillips, resuena en discos y películas como inevitable himno de la contracultura californiana, por siempre paradigma de la bahía en sus gloriosos días hippies. Escrita en 1967 para conmemorar la celebración del Festival de Monterey, organizado por un grupo de visionarios que incluía a Phillips, la paradoja inevitable resulta de confirmar que pese a que actuaron, entre otros, Jimi Hendrix y Janis Joplin, el gran triunfador fue un mercurial cantante soul procedente de Georgia y bastante ajeno al ideal bohemio de las flores y el ácido, Otis Redding.

Nacido en Florida en 1949, la de Mckenzie es una historia de renuncias y ausencias. Tras crear diversos grupos a finales de los cincuenta McKenzie y Phillips formaron los Smothies, del que apenas hay recuerdo, y posteriormente los Journeymen, bajo cuyo nombre graban varios discos que no llegan lejos. En 1964, Phillips abandona para poner rumbo a la Costa Oeste y levantar The Mama´s and the Papa´s. McKenzie, que prefirió no involucrarse, trató de buscarse la vida en clubs de Nueva York, realizó audiciones para diversos sellos e incluso estuvo a punto de entrar en los Monkees, caso único de grupo creado artificialmente (para una serie de televisión) que acabó por tener vida propia y acumular un cancionero entre estimable y deslumbrante. Rechazado por los productores, McKenzie llegó a San Francisco justo a tiempo para el festival que Phillips y Lou Adler estaban preparando. Después vino el single San Francisco, la cumbre en las listas de EEUU y Reino Unido, la posibilidad real de labrarse al fin una carrera en solitario. The voice of Scott McKenzie, el disco largo que incluía ese tema y otros (tan estupendos como Like an old time movie, Reasons to belive, What´s the difference, Rooms, etc.), llegó demasiado tarde. O quizá el interés por aquel cantante no era tan urgente, y a pesar de contar con canciones de turbadora belleza y de la exquisita voz de un McKenzie frágil e inspirado, apenas vendió. El melancólico Stained glass morning, su siguiente y último largo, menos pop, más volcado a un country-rock suntuoso, apareció en 1970 y tampoco gustó. Desde entonces su carrera enfila un pronunciado hiato del que no sale hasta mediados de los ochenta, cuando junto a Phillips resucita The Mama´s and the Papa´s. De esos años es también la célebre Kokomo, que escribió para los Beach Boys de Mike Love junto a Phillips y el legendario productor Terry Melcher. Su última aparición resonante sobre un escenario tuvo lugar en 2001, cuando participó en el mítico Roxy, el club de Sunset Boulevard que sirvió de íntima lanzadera en Hollywood para artistas como Neil Young o Bruce Springsteen y donde John Belushi quemó su última noche.

Aunque vivía casi retirado, todavía escribía y registraba canciones y poemas y en los últimos dos años batalló con una insidiosa enfermedad del sistema central. Ciertamente San Francisco (be sure to wear flowers in your head) idealizó una escena más turbulenta y contradictoria de lo que su letra y sonido insinúan, pero también McKenzie fue acreedor de más gloria y sin embargo la dulce melodía será por siempre su epitafio y emblema.

Julio Valdeón

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