No hay españoles dispuestos a vendimiar a 6,5 euros la hora. Los españoles, fíjense, no queremos ser chinos o simularlo, aunque Juan Roig animara hace meses, desde su butacón, a confundirnos con el trabajador oriental. Al gran empresario no se le ocurre que la transición china hacia la prosperidad nos la hemos chupado demasiados años. A cambio de cuatro reales no hay españoles, castellanoleoneses, andaluces, catalanes o gallegos, cómo somos, dispuestos a deslomarse. Lo que nosotros querríamos, a catorce de septiembre de 2012, es cobrar como europeos. No despiezar viñedos con la ceguera del miedo en los nervios y un lebrel famélico husmeando la tartera vacía. No limpiando montes para cobrar un desempleo que ya pagamos. No nos resignamos, qué quieren, aal funeral de unos derechos sociales que nunca fueron equiparables a los de holandeses o suecos, todo hay que decirlo, pero sí, al menos, persuasivos, suficientes para convencernos, siquiera un poco, de que habíamos abandonado la pobreza, los años cuarenta/cincuenta que dios o el diablo guarden, las canciones para después de una guerra, el mito de la leche merengada ay que vaca tan salada, los barcos a poniente cargados de inmigrantes, la pobreza encarnizadamente cañí, un futuro surtido de oportunidades o que al menos no incitara al suicidio.

Nos gustaría, vaya, que el telediario no abriera cada día con el recordatorio de que la fiesta, qué fiesta, se terminó, por mucho que desde que gasto memoria los salarios fueran siempre caninos. Que las rentas del capital no defraudaran a saco y cotizarán de forma proporcional. Que el fantasma del caciquismo fuera objeto de estudio en temario de las facultades y no emblema actualísimo del cáncer que nos come. Lo que solicitamos, si nos permiten, sería habitar un país serio, con servicios similares a los del entorno, donde el calamar vampiro de las clases parásitas (por seguir a César Molinas y Matt Taibbi) se abstuviera de parir burbujas mientras nos chupa el aire. A lo mejor entonces el mercado ofrecería algo más de seis euros y medio.

Julio Valdeón

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