En ‘Midnight in Paris’ (WoodyAllen, 2011) un ErnestHemingway apuesto y fiero
responde negativamente a la petición del protagonista para que lea su manuscrito: «El problema», le explica, «es que si no me gusta te odiaré por hacerme perder el tiempo, y sí me gusta te odiaré porque te envidiaré». Algo así puede sentir el escriba que acuda a entrevistar a Nicole Krauss (Nueva York, 1974). Joven, guapa y brillante. Consagrada con apenas tres novelas. La voz femenina más relevante de la generación de los David Foster Wallace, Michael
Chabon, David Eggers o su propio marido, Jonathan Safran Froer. Y bendecida por titanes como Susan Sontang o Joseph Brodsky, quien la adoptó como discípula tras quedar impresionado por sus poemas adolescentes. Pero los temores vuelan en cuanto la conoces.
Abomina de cualquier pretensión, no amenaza con el rutilante espejo de su triunfo, es amable, cariñosa, animada y alegre, y sí, también inteligente. Mucho. Pero la autora de Man Walks Into a Room (2002, editada en español por Salamandra en 2009), La historia del amor
(Editorial Salamandra, 2011) y La gran casa (Ed. Salamandra, 2012) no cree en las prerrogativas de la fama ni pretende otra cosa que propiciar un diálogo jugoso. Poco después de nuestro encuentro le escribo un correo electrónico para comentarle que nos gustaría contar con alguna fotografía suya en un contexto más íntimo y familiar que el del espectacular posado que adorna estas páginas, siquiera para que sirva de contrapunto.
Nicole se encuentra de viaje en Dinamarca, en un periplo europeo que la trae en septiembre a Segovia, para participar en el Hay Festival. Y de entre los sótanos de su portátil regresa con una instantánea en blanco y negro cuya historia merece contarse: «Se trata de mi primera foto como escritora, tomada
en 2001, que apareció en la solapa de mi primera novela. Estaría bien que la uses en tu artículo sobre mi carrera (todavía tan
corta: acabo de empezar), porque, ya digo, pertenece a los orígenes. Aparte, tiene una historia detrás; fue tomada el 14 de
septiembre de 2001, tres días después de los atentados. La fotógrafa y yo habíamos planeado esta sesión varias semanas antes,
pero aquella mañana nos llamamos para cancelarla, imagina, quién podía siquiera pensar en algo tan ínfimo como la foto
de un escritor en mitad del shock de esos días. Unos minutos más tarde de suspender nuestra cita me llamó por teléfono para preguntarme si quería intentarlo. Me dijo que necesitaba trabajar, que a lo mejor ayudaría. Fui al downtown, a su loft. Hicimos varias fotos allí; podíamos oler ese olor dulzón a quemado que
flotaba por todo Manhattan; a veces incluso podía olerlo al abrir las ventanas de mi apartamento en la calle 52. Estuvimos juntas
muchas horas ese día. Fue una experiencia importante. Nunca nos habíamos visto antes, pero nos hicimos muy amigas, seguimos
siéndolo. La foto elegida la hicimos en Madison Park, al lado de su casa. Cuando la miro hoy me recuerda lo joven que
era –tenía 27 años– y también lo resuelta». Días antes hemos charlado en el patio de un coqueto café de
Park Slope, uno de esos locales macrobióticos, orgánicos, entre rurales y elegantes, definitivamente cool, que proliferan
en el hermoso barrio de Brooklyn donde Nicole vive junto a su marido, el también escritor Jonathan Safran Foer, y sus
dos hijos. El motivo es la publicación en España de La gran casa, nominada en EEUU al Premio Nacional de Literatura,
un relato poliédrico, hechizante y poético que mezcla sin dificultad la historia de violencia del siglo XX con los avatares
de unos personajes en busca de sí mismos: el Holocausto y el Chile del golpe de Estado, los suntuosos salones universitarios
de Oxford y la guerra del Yom Kipur, las relaciones entre padres e hijos y las peripecias de un enorme escritorio,
que supuestamente perteneció a Federico García Lorca, codiciado por muchos y odiado por unos cuantos, tan repleto
de malos recuerdos y dulces memorias que imanta la trama como un embarcadero de fantasmas.
-Llama la atención la construcción del relato, que adivinamos muy complejo a la hora de concebirlo
y sin embargo sencillo de seguir. Creo recordar que en alguna ocasión ha comentado que apenas toma notas
previas, que no hay un esquema.
-Todo escritor tiene obviamente su método de trabajo y, cuando escribes una novela, desvelas las huellas
de cómo trabaja tumente. Lamanera en la que concibes la evolución de la estructura, sus movimientos, etc., reflejan la forma
en la que funciona tu propio cerebro. Para mí es importante, a fin de sentirme interesada, improvisar, y eso implica la noción
de perderte, de no saber hacia dónde avanzas con la trama o los personajes, y claro, esto hace que muchas veces tenga que
reescribir, y destruir enormes cantidades de texto, pero me permite llegar a lugares, establecer conexiones y generar ideas que
si no, no hubiera alcanzado. El proceso me aterra, pero para mí es el mejor, el más excitante, empujando en direcciones que
nunca exploraría si me limitara a desarrollar el argumento abocetado en un esquema.
-Ha contado que en ‘La historia del amor’ había dos relatos y que no sabía cómo se iban amezclar, pero estaba
segura de que lo harían. ¿Sucedió igual con esta novela?
-Hay un periodo en el me dedico a reunir y leer bibliografía, reportajes, libros, lo que sea relacionado con los temas que aparecerán
en la novela, y luego empiezo a escribir, a sumergirme. Por ejemplo, en el caso de La gran casa miro hacia atrás y
puedo ver en qué momento la aparición de un personaje, o su desarrollo, fue el detonante de lo que en realidad sería el libro…
Pero quede claro que no escribo las historias y luego las mezclo como si fuera un dj. Todo nace de forma orgánica, porque cada
giro argumental, cada suceso, se levanta sobre otro anterior, y siempre hay conexiones por debajo.
-Sorprende, y estimula al lector curioso, la riqueza de personajes y tramas de sus novelas, esos azares que reúnen
a gente de épocas distintas, sus vidas, sus destinos. Y de alguna forma parece abrazar una corriente de historias
polifónicas en la narrativa y el cine modernos, no sé, pienso en ‘Amores perros’ (2000) o ‘Babel’ (2006), ambas
de Alejandro González Iñárritu, y en Quentin Tarantino. Las modernas formas de narrativa cada vez tienen menos que
ver con la resolución de un misterio o argumento de forma lineal.
-Ese caos, esas historias entremezcladas, apuntan al corazón de nuestra sensibilidad. ¿La paradoja? Que muchas de estas
novelas establecen tantas conexiones, desarrollan tantas tramas, tantos personajes, y operan en tantos planos y usando
tal riqueza de símbolos y metáforas que exigen del lector un esfuerzo y unas ganas que uno diría que estamos perdiendo con
la fragmentación y el gusto por la píldora y el pictograma fomentados por internet. La asombrosa revolución que ha traído la
Red, la enorme cantidad de información y las posibilidades que ofrece para comunicarnos, genera relatos polifónicos y, suprema
ironía, atrofia nuestra paciencia para disfrutarlos. En mi caso, supongo que las novelas manejan diversos elementos
porque busco reflejar cómo vivimos, y el caos en la novela, o al menos cierto caos, abraza mejor la pluralidad del mundo actual.
Luego está el ejemplo de [W. G.] Sebald, al que tanto admiro, y que se sentía tan incómodo con los artificios de la novela que
acabó por construir una nueva forma de narración, o al menos una libre de muchos de los elementos que solemos a asociar a
la fórmula, demostrando que las posibilidades de lo que llamamos novela no se han agotado y que todavía admite retos.
-Por otro lado, ‘La gran casa’ es una novela sobre padres e hijos, sobre la historia, etc., pero sobre todo, o también,
sobre la literatura, sobre la comunicación, en ella todos escriben, todos hablan unos con otros, o almenos lo
intentan. Y de fondo encontramos ese misterioso escritorio, gigantesco, repleto de cajones, que ha recorridomediomundo
y que liga a gente que nunca se ha conocido.
-La pieza, el escritorio, es lo más obvio, pero cuando escribía no era mi idea, no estaba en el centro, surgió después, quizá porque
sirve de metáfora de cómo un objeto puede significar distintas cosas para distintas personas, la vida que perdió tras la
barbarie nazi o una herramienta de trabajo en Manhattan. Me interesaba el significado simbólico que cada uno le daba.
En la novela hay también referencias a Chile. Espanta lamención de los lugares donde la dictadura torturaba.
Hay territorios clave en mi biografía, Nueva York por supuesto, o Israel, y en la novela aparecen. Pero también alguno donde
no había estado, por ejemplo Chile, un sitio perdido, en el fin del mundo, y no sé, curiosamente, después de mi anterior novela
me invitaron a visitarlo, y allí fui, y pasé una semana en el desierto de Atacama y me impresionó mucho. Solo que antes de
conocerlo ya había comenzado a leer sobre Chile, con pasión, sobre su historia, su arte, su política, todo lo que caía en mis
manos. En esa época me quedé embarazada de mi primer hijo, y la sensación de increíble vulnerabilidad, de sentirte responsable
de una vida, y de que esta sea tan frágil, unida a la lectura de los horrores cometidos por los golpistas, se conjuró de tal
forma que acabó llegando a la novela. Me impresionó la peripecia de esas madres y abuelas que llevan décadas buscando a
sus hijos y nietos desaparecidos, a los jóvenes torturados y asesinados, a los niños robados. Poco después estaba allí, en el
desierto, donde tanta gente fue asesinada y sus cuerpos enterrados como despojos, y todo esto, el golpe de Pinochet, etc.,conflicto
terrible cuyo precio emocional todavía no hemos saldado. Dos cosas tan violentas que sucedieron con unas semanas de
diferencia, era inevitable que se me mezclaran. El Holocausto,Chile, las guerras de Israel, o sea, la historia
del siglo XX…
-Amo imaginar, me encanta inventar, pero no la historia, no el pasado, y el libro también reflexiona acerca de cómo lo recibimos,
cómo lo heredamos y también la posibilidad de reinventarnos radicalmente. Nuestro pasado nos informa y nos persigue,
tiene un impacto muy directo sobre nuestra vida. Y luego está nuestra legítima, incluso imprescindible, intención de construirnos,
por desechar y crecer, por cambiar.
-Un empeño muy norteamericano.
-Es cierto que el país se ha construido sobre la promesa de la reinvención, económica y vital, y es esa posibilidad de imaginar,
de crearnos algo distinto, el poder de la imaginación humana, lo que intento retratar en la novela.
-Procede de una familia judía que ‘sobrevivió’ a Europa, y en la novela hay un personaje que es escritor, superviviente
del Holocausto, lo cual crea un cierto paralelismo con su historia y la de su familia.
-Mi abuela acompañó a un grupo de niños que huía de Europa, vivió en Alemania, en Inglaterra. La escritura de ficción, la que
más me interesa, expone los aspectos personales de su creador pero trata de transformarlos, hace con ellos algo más, no
por pudor o miedo, sino por el deseo de construir una esperanza, una reflexión que, siendo fiel a la historia, logre trascenderla.
Si tratara de escribir unas memorias sería fácil, las vidas de mi familia son fascinantes, contienen varias novelas, pero no
puedo hacerlo, quizá porque ya existen. Cuando tratas de vender una historia como una memoria, una memoria ajena, fuerzas
las cosas, dado que en el fondo trabajas con materiales que no has vivido, que no son tuyos, que no conociste de primera
mano, y no puedes pretender añadir sin querer tu punto de vista, tu fantasía. Por eso, considero más honrado decir: bueno,
tomo elementos reales pero no pretendo que sea lo que ocurrió, ni voy a usar los nombres de las personas; no estoy haciendo
periodismo ni novela histórica, sino que buscaré algo distinto, que parta de ahí pero encuentre otras respuestas.
Nicole pregunta por escritores españoles. Vila-Matas o Javier Cercas reciben sus alabanzas, y se confiesa enamorada de la
escritura de Antonio Muñoz Molina, especialmente de su monumental Sefarad (se entusiasma cuando descubre que el académico
español divide su tiempo entre España y Nueva York). Tras mencionar a Bolaño y Borges, lamenta la dificultad para encontrar
en EEUU traducciones de escritores foráneos. Prefiere hablar de títulos favoritos que de autores, porque «a veces escriben
buenos libros y otras no tanto» (puede encontrarse su lista «La asombrosa revolución que ha traído internet, la enorme cantidad de información
y las posibilidades que ofrece para comunicarnos, genera relatos polifónicos y,suprema ironía, atrofia nuestra paciencia para disfrutarlos.»
Y reconoce que, tras un tiempo en que leía con obsesiva dedicación a Philip Roth y a DeLillo, convencida de que solo así lograría redactar la Gran
Novela Americana, decidió que, siendo fruto de mil diásporas, nada más natural que permitir que autores que adora, como
Italo Calvino o Thomas Bernhard, permearan su estilo.
-Usted también fue una poeta muy prometedora y abandonó los versos por la novela. Otra reinvención…
-Un poema es algo perfecto, o lo pretende, y puede llegar a ser muy claustrofóbico tratar de alcanzar ese ideal, y mientras trabajas
en él te encierras en una especie de estuche, en una suerte de habitación pequeña, intimidante y cerrada, mientras
que la novela te permite habitar una enorme casa durante meses, o años, una casa que, sin duda, tendrá problemas, grietas,
goteras, pero es que ninguna novela puede aspirar a la perfección. Por eso me siento más cómoda. Pero sí, me gustaría volver
a escribir poesía, no sé cuando, qué debe ocurrir, pero sucederá, sin duda.
/‘La gran casa’, de Nicole Krauss, se publica el 13 de septiembre, en
castellano por Salamandra, y en catalán por LaMagrana.
El día 26, la escritora presenta la novela en el Hay Festival
Segovia.