En realidad esto de los recortes y el jaleo del banco malo, etc., es sencillo. Solicite rescatar al vecino, solemne moroso que no pagó la letra del piso porque lo botaron del curro, y estamos ante un caso pristino de demagogia, sección socialismo andrajoso o cueva bolchevique. Ejemplo contrario: inyecte tropecientos millones en un sistema financiero carcomido, opaco, grogui, que alegró el esmóking de un personal parasitario con sueldos de 100.000 leuros mensuales y, tachán, los neocons aplaudirán su cuajo. No digamos ya si con voz hueca suelta aquello de que vivimos por encima de nuestras posibilidades y el bailar se va a acabar, mientras hacemos memoria y nos hallamos ante el estupefacto espejo cóncavo de una mayoría que ni cató la fiesta ni derrapó en la pista del mambo, toda de farolitos y rubias burbujas.

Aquí sólo somos de la Escuela de Chicago cuando escampa y socialdemócratas inversos si truena el huracán, venga a salvar entidades financieras en colapso total y consejeros felones. Inaudita, aunque airosa, la decisión de nuestra Junta de distanciarse de las medidas, votando en blanco o absteniéndose. Una forma de acatar la guillotina con cierto decoro. Por supuesto que el cuento acabará como la antracita leonesa, negra de lágrimas negras sangradas por una población que en diez años ha pasado del milagro al guantazo. Lo que ya cuesta digerir son esos aplausos en la Carrera de San Jerómino. Más que la ruina pareciera que el gobierno anunciaba que somos, otra vez, campeones del mundo. Imposible, de paso, no recordar a la ministra italiana, gimoteando ante el micrófono como una viuda siciliana que abandona Corleone. Que menos, digo, que empuñar luto cuando lo que toca, ya que no subir los impuestos a los escualos, prestigiar a los funcionarios y apuntalar la sanidad y educación públicas, que menos en fin que disimular una euforia sólo entendible si eres un canalla vocacional o, tanto monta, trincas que algo queda.

Julio Valdeón

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