No hay razones para protestar. No las hay para indignarse, hacer el petate, pisotear tu voto o cortarse las venas. Tampoco para tomar las calles, exigiendo que no amputen donde siempre, no recorten prestaciones, laminen la Ley de Dependencia, crucifiquen al funcionariado o mantengan sus oprobiosos cargos de libre designación, sus mafiosos de «reconocido prestigio», sus operetas nepotistas cuajadas de palmeros y matones. No tiene sentido hablar de una Sanidad a la que pisotean, de unos policías, militares y bomberos mal pagados, de unos maestros a los que insignes chulos criminalizan, de una Universidad más cara, de unos chorizos, consejeros de Cajas, contratistas, banqueros, que disfrutan del humeante botín mientras el ciudadano paga. Ni tampoco llorar sobre los restos de una TVE calcinada mientras productoras amigas cazan al vuelo suculentos contratos, mientras el mantenimiento de conjunto de las televisiones autonómicas, hez al cubo, cuesta el doble que la BBC. No encuentran argumentos para que los creadores vislumbren el apocalipsis con un IVA que trata a la cultura como vicio caro, champán y putas, con el cine -qué ganas le tenían- en caída libre, las disqueras desmanteladas y el libro electrónico incitando desde el 21% a esa piratería que nunca contrarrestraron, total pa´ que, si sólo perjudica a rockeros, filósofos y poetas. No hay motivos para la barricada, ni otra forma de negociar con Europa que no nos haga sonrojarnos o vomitar de pura náusea. ¿Recuerdan? Tú dices rescate yo digo tomate y aguanta cuate que no somos Uganda.

Son ustedes, somos, unos populistas, trileros del argumento deshuesado por demandar que las grandes fortunas apoquinen, que las empresas no facturen beneficios en Irlanda, que se ponga coto al fraude, se prestigie la función pública y se supriman los colegios concertados, los agujeros negros en la declaración de la Iglesia, etc. Menos mal que ellos, luz de Occidente, saben lo que hay qué hacer y cómo lograrlo. La política para quienes saben y nosotros, vagos recalcitrantes, castigados sin postre.

Julio Valdeón

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