Algunos amigos con los que me inicié en la escritura y el periodismo, empleados de otro periódico, acaban de ser despedidos. Pintan bastos en el oficio de Woodward. Si atendemos a los augures, se trata de un cambio de paradigma, con los profesionales sustituidos por amables ciudadanos que teclean de noche tras agotar su jornada. La situación es aciaga. Dudo que el twittero oenegé ejerza el mismo papel que encomendábamos a los periódicos. Cuando más chuzos caen, en mitad de un charco oceánico, vivimos a la intemperie, tiesos, sin otra protección que los harapos frente a los índices del miedo. Como vacuna al martillo sobre las redacciones, los contratos basura, los seis mil parados en tres años y los becarios llegaba hace unos días un nuevo periódico, The Huffington Post. Nutrido con lo que otros medios publican, más el añadido de unos blogs, o columnas de opinión, que no paga, pues según su directora, Monserrat Domínguez, «escribir no es un trabajo», aunque ella sí cobra. La publicidad, huelga añadirlo, para la empresa.
El HuffPost gringo fue ideado por Arianna Huffington. Millonaria y mística, acusa a los laicos de incapacidad para sintonizar con el karma del cosmos. Vayan a saber que es, aunque en su caso guarde un sospechoso parecido con los viajes en limusina, los hoteles siete estrellas, la cercanía de los poderosos y un ojo clínico para exprimir el narcisismo y/o desesperación de una tropa periodística que entre nómina o palmadita elige suicidio, suicidando de paso las magras posibilidades de una profesión grogui. Arianna, en fin, es la envidia del ramo: ha resuelto el engorroso asunto de unos beneficios en caída libre. ¿Capitalismo salvaje? No, esclavismo 2.0, lo cual que voluntario. Sin tan siquiera proporcionar un cuenco de sopa. Convencidos los sabios de que la mejor plusvalía es la que el negrero, quiero decir, el director fetén y posmoderno, trinca completa.